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Me agarro a un clavo ardiente
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 Article publié le 8 octobre 2017.

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Paseo con mi amigo Tiburcio el paseo de la Isla, en Burgos, río Arlanzón abajo.

- Mira ahí a la derecha, me dice. Ahí, en ese palacio que fue del general enano criminal y matarife, hoy está asentado el instituto castellano y leonés de la luenga, donde vienen a Rebuznar los Asnos burgaleses principales, y a joderte los Tideos, ciertos ácaros parásitos apostólicos romanos del hombre.
 Vamos camino del puente de Malatos, este puente que nos trae tantos recuerdos malos. Por aquí venían arrastrando sus carnes y pellejos peregrinos leprosos del camino de Santiago, que iban a buscar un milagro en la ermita de san Amaro, cercano, o morir de asco en el Hospital de Peregrinos, hoy claustro universitario.
 Ahí, en la ermita, les esperaba el fraile, con un breviario en su mano izquierda orando, mientras que con su mano derecha se tocaba los huevos, pues le picaban a diario los Tideos, por eso algunas gentes le llamaban san Tideo, el de los huevazos.
 Nos hemos sentado a laorilla del río, justo al lado de los arcos de este puente de Malatos. Yo le digo :

- Aquí mismo yo, con veintiséis de los míos, todos anarcos, fletamos un gran barco de juguete, colocando a bordo veintisiete pelos del pubis ; pelo de cada uno de los que íbamos en la lista para optar a la Alcaldía del Ayuntamiento de Burgos.

- Sí, recuerdo. ¿Pero qué fue del barco ?

- El barco encalló a la altura de la Barriada Yagüe. Según un compañero que le siguió, se prendió a una vieja caca del caballo del general felón, y allí se quedó para los restos de la Historia.

- Pero cuéntame tú, Tiburcio el por qué, casi siempre que hablas, terminas con la expresión "Me agarro a un clavo ardiente".
 Te digo :

- Por los años sesenta a setenta, recién salido del seminario, y cansado de llevar sobre mi espalda la cruz hetero, de meneármela y de que me la menearan en gregoriano, me fui a buscar la cagada del lagarto en Chueca, barrio de Madrid, o los nidos de Safo, bien podría decir de sapo, en la Ballesta, también de Madrid.

- Yo quería saber a qué saben estas seguidoras de la diosa, y estos adoradores del palulú divino. Sobre todo, saber de los travestis que llevan su polla entre pellicos de pieles finas y adobadas, como los del paseo de La Habana, también en Madrid.

- Me gustaron tanto los travestis como a Silvio Pellico, literato italiano del siglo XIX, nacido en Saluzzo, a quien gustaba enseñar por fuera su zamarra su pinjago pequeño, fino y adobado.

- Un día, en la Ballesta, me encontré a un pellejo que se llamaba Zalea. Su oficio era de travesti, que reunía las condiciones de no ser muy casto. Me encantó, y quise estar en su pellejo. Entonces, en la acción del sexo estilo perro, (no hace falta que diga cómo), mudé con él mipellejo, y lo más hermoso que encontré fue que me agarré a su clavo ardiente, pensando yo, muy satisfecho y engreído, que era la largura de mi propia picha, que me servía para dirigir el vuelo del final feliz del coito.

- Al terminar, él me peguntó :

- ¿Mereció la pena ?

- Mereció, le respondí, alegrándome al mismo tiempo de ver su culo como ese copete de plumas que tienen algunas aves en la cabeza ; los yelmos, los morriones, los sombreros y tocados de los hombres y de las mujeres.

- Tumbé al marinerito (me dijo que trabajaba en un barco), cargando sobre él mi peso para descubrir, metiéndosela, la contraria, y limpiarla con comodidad, estallando.

- Ja, Ja, Ja, le respondí. ¡Qué vanidoso¡ ¡ qué presuntuoso, ¡qué soberbio¡ Me voy a retirar un poco, no vaya a ser que me rompas el sitio prohibido, y me arranques los pendejos, pelos que cubren mi ojete.

- Ja, Ja, Ja, me respondió. Golpeando mi hombro.
 Sacamos nuestros badajos, como péndulos de reloj y, sentados como estábamos, como señores de pendón, alzando bandera propia, Tiburcio, él mismo, se proclamó rey por la apretura inferior de su estandarte y bandera y, desde la solera del suelo verde al río, comenzamos a orinar, por ver quien llegaba más lejos.
 Plumas de aves vimos volar hacia los ojos del puente.

- Rey a la pendura, exclamé yo, riente. Rey de todo lo que cuelga o está pendiente.

- Paso río, paso puente, siempre me agarro a un clavo ardiente. Al dente, majo.

- ¡Tuso¡ exclamé yo. (No hace falta que diga que es interjección que se usa para espantar a los perros).

 

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