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Leopoldo MARECHAL en la patria grande
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 Article publié le 14 novembre 2007.

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LEOPOLDO MARECHAL EN LA PATRIA GRANDE
Manuel RUANO
A sesenta años de Adán Buenosayres

La gran novela Adán Buenosayres, del poeta martinfierrista Leopoldo Marechal (cuya primera edición data de 1948, después de innumerables reimpresiones a nivel internacional), será editada en Biblioteca Ayacucho de Venezuela.

A de más de tres décadas de la desaparición física del maestro, su obra retoma, ahora, una vigencia inusitada en el contexto de América Latina. Quedan, también, para mi historia personal, el sedimento de una infinita serie de anécdotas del poeta de Adán Buenosayres, así como las páginas inolvidables de otros libros.

¿Tendría, ahora, que remitirme también a los días de la revista Martín Fierro, para coronar una existencia tan rica en episodios amalgamados en curiosidades y travesuras literarias ? No lo sé. De eso cuentan maravillosamente sus sabrosas reseñas y memorias publicadas a lo largo de su vida.

En síntesis, ya habían transcurrido los días de los llamados, en aquel instante, “fumaderos de metáforas”, de la vanguardia y la Revista Oral, que daban esplendor en el Royal Keller al martinfierrismo, al que asistían personajes de las letras y gente de la noche, o habitués de la calle Corrientes que hacían tiempo para entrar al Tabarís, un teatro de farándula. Eran los años veinte, cuando aparecieron los poemas que decidió eliminar de su bibliografía, Los aguiluchos (1922), y la vanguardia literaria arreciaba con múltiples emprendimientos de un estridentismo inusitado –fuera de toda retórica- para aquella época. 

A ese cenáculo, vale la pena recordar, asistían poetas de la dimensión de Oliverio Girondo, Francisco Luis Bernárdez, Jorge Luis Borges, Macedonio Fernández, Alberto Hidalgo, Raúl Scalabrini Ortiz, Nora Lange, que el mismo don Leopoldo menciona en su Historia de la calle Corrientes, (1) un librito que es una gran cronología de esa parte de la ciudad de Buenos Aires. O sea, esa otra pasión escondida en la memoria del autor de Adán Buenosayres. ¿Habría algo más que agregar en este periplo que no fuera la pasión puesta en su obra y en su trayectoria intelectual ?

Siempre tuve (al conversar de literatura con Marechal), la sensación de descubrir una dimensión para nada rutinaria y renovadoramente rica en su conversación. Una dimensión filosófica, vale decir, condimentada de un cristianismo muy arraigado que no podía eludir a San Agustín, aquel que decía que la medida del amor es la de no tener medida. Pero al mismo tiempo, había una predisposición en sus palabras que enmarcaban, lo sé, una vocación de doctrina hermética, en efecto, de constante alusión a la práctica alquímica. Porque, para utilizar la misma nomenclatura espagírica, tendría que aludir a que había algo de fogonero alquímico en todo eso, de una metalurgia secreta en él, con la que galvanizaba sus palabras y sus peregrinajes interiores. Y no hay contradicción posible : todo acto de recuperar la conciencia, es un acto de creación. Y en la alquimia, el árbol, por ejemplo, es nada más y nada menos, que el símbolo de la filosofía hermética. Esto está en su escritura poética.

En un poema casi desconocido, Descripción de un sueño, publicado en 1928 en la revista Síntesis, se encuentra esta evocación :

“Hasta la Puerta de Oro conducen diez peldaños.

A tu fatiga dócil era un lecho mi brazo.

Frente a la Puerta de Oro se levantaba un árbol.”

Dice Jung que “la conciencia se deja amaestrar como un papagayo, pero el inconsciente no. Por eso San Agustín agradeció a Dios el que no lo hubiera hecho responsable de sus sueños”. Me lo imaginaba al maestro aludiendo a la salamandra mercurial de sus personajes, en medio de sus retortas y alambiques verbales, que acabarían en un precipitado calorífero, la incubatio, que hace de lo cotidiano su piedra filosofal, es cierto, su transformación en oro, que en definitiva, es la luz, el opus nobile de la materia prima :

“Y destrocé mis puños hasta que vino el ángel :

un ala era de cielo y otra color de sangre.

Me dijo estas palabras que suenan a metales :

“El amor es la vid que se riega en exilio

con el agua y la sal de los ojos llovidos.

Más allá de tus ojos colgarán los racimos”

Hay una suerte de enigma en todo esto. A él le gustaba jugar con los enigmas y los arquetipos. ¿No eligió a Antígona para revelar su fuente ? Antígona es la hija de Edipo y Yocasta. Pero antes de matar a su propio padre Laio, Edipo, enfrentó a la Esfinge y adivinó el enigma haciendo que la Esfinge se precipitara a su propia destrucción en las puertas de Tebas. Como premio, Tebas le ofreció a Edipo su trono vacante y su posterior desposorio con Yocasta. Y esto trajo toda la desgracia que conocemos a través del mito. Yocasta, se ahorcó al saber que era esposa y madre de Edipo, y de todos sus descendientes. Vale decir que la ignorancia, es madre de todas las peligrosas tentaciones del mundo.

¿Cómo puede la poesía revelar a través de la escritura su naturaleza onírica ? ¿En qué medida se traduce por medio de los elementos, (los que desde antiguo la alquimia define como principales : agua, fuego, aire, tierra), la consistencia fundamental del alma humana ?

En una palabra, hay una metafísica de los sueños. O sea, más allá de los sueños. De ahí que se pueda distinguir un mapa del sueño dirigido. Sueños de altura. Sueños de caída. Sueños. Esa energética es reveladora y hace de la poesía un oráculo al que acuden los vates desde antiguo. Y no por casualidad, para los griegos, el vocablo vate, significa adivinador. Alguien que se adelanta a los acontecimientos. De modo, que, en esencia, el carácter clarividente de muchos de sus poemas proviene de un ensueño dirigido. ¿Qué otra cosa podría indicar el poema “De la Duda”, publicado en el diario La Nación en 1939, y que no ha sido recogido en libro ?

Mi bondadosa hermana la Paciencia

sabe llorarte, Amor en lejanía,

cuando le falta el pan de tu alegría

todo lo que le sobra el de tu ausencia.

 

Y llora sin quererlo en tu presencia

cuando le das altura y mediodía.

Porque, desnudo amor, si eres la vía

no eres la flor ni el fruto de tu ciencia.

 

¡Oh, llanto, el de tu noche y su mañana !

Perdido el sueño y no maduro el arte

llorando está mi bondadosa hermana :

 

y si te mira, buen amor, advierte

que duda entre la pena de ganarte

y la melancolía de perderte.

Son las páginas de selección de algunos de sus libros, apenas la memoria de un místico en estado alquímico, que soñó su poesía como Rimbaud, cuando hace su Carta del Vidente : “El poeta se hace vidente por un largo, inmenso y razonado desarreglo de todos los sentidos. Todas las formas de amor, de sufrimiento, de locura ; él busca por sí mismo, agota en sí todos los venenos para no guardar de ellos sino las quintaesencias.” Y eso, parece resumir su obra, es decir, su metafísica.

En un primer intento, fui reuniendo muchos de sus poemas, ensayos, obras teatrales, cuentos, que escrupulosamente los años han ido cifrando en ese estilo único que sólo un gran escritor como él, podía dar sin recibir nada a cambio. En la creencia de aquel precepto mallarmeano que dice que un alma es un nudo rítmico.

Cuando una vez un periodista le preguntó cómo definiría al escritor, le respondió, dejando su pipa en suspenso :

-Te regalaré dos definiciones, una peyorativa y otra “mejorativa”. La peyorativa : escritor, animal bípedo, con una sola pluma, que se alimenta de incienso y promoción. La “mejorativa” : escribir, ser hermosamente expresivo, que manifiesta exteriormente para los otros lo que hay en él de manifestable.” (2)

Un episodio final : cuando falleció don Leopoldo, lo velaron en el salón de la vieja Casa del Escritor en la calle México de Buenos Aires. Fue un 26 de junio de 1970. Recuerdo haber estado junto a su ataúd al filo de la medianoche, acompañando a su viuda y otras personas a las que no logro individualizar plenamente. El salón estaba medianamente iluminado. De pronto, llegó alguien con andar lento y balbuceo en la voz : era Jorge Luis Borges, un compañero de viaje del martinfierrismo. Y sus palabras fueron :

 -Amigo, amigo, la vida nos separó, pero fuiste un amigo.

Era, entre las apretadas sombras del lugar y de los tiempos, la despedida de dos grandes de la literatura argentina del siglo veinte.

Manuel Ruano

Santiago de León de Caracas, año 2007

Notas :

(1) Historia de la calle Corrientes, primera edición 1937, Bs.As.

(2)  Palabras con Leopoldo Marechal, Alfredo Andrés, Carlos Pérez Editor, 1968, Bs.As.

 

FICHA IMPRESCINDIBLE SOBRE EL AUTOR

 Leopoldo Marechal nació en Buenos Aires el 11 de junio de 1900 y falleció en la misma ciudad el 26 de junio de 1970. Fue poeta, ensayista, novelista y dramaturgo. Durante los años veinte colaboró con la revista Martín Fierro. Publicó : Los aguiluchos (1922) ; Días como flechas (1926) y Odas para el Hombre y la Mujer (1929), que obtuvo el Primer Premio Municipal de Poesía. Viajó por el viejo continente en l926 y en 1929. En este último viaje comienza a escribir los primeros capítulos de Adán Buenosayres.

En la década de los años treinta, publica Laberinto de amor (1936) ; Poemas australes, Historia de la calle Corrientes (1937) y Descenso y Ascenso del Alma por la belleza (1939).

En la década de los cuarenta, se editan : Sonetos a Sophia y El Centauro (1940), con el que obtiene el Primer Premio Nacional de Poesía. Adán Buenosayres (su primera novela) se publica en 1948 en editorial Sudamericana de Bs.As. Le siguieron El banquete de Severo Arcángelo (1963) y Megafón o la guerra (1970). El mismo año que aparece su primera novela, realiza su tercer viaje a Europa.

Como dramaturgo, ha publicado : Antígona Vélez (1951), Primer Premio Nacional de Teatro ; Las tres caras de Venus (1966) ; La Batalla de José Luna (1967) y Don Juan (1978), entre otras… En 1966 viajó a Cuba invitado como jurado al premio Casa de las Américas.

Este año (2007), se conoció una versión teatralizada de Megafón o la guerra.

 

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