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Fantasías y devaneos (Un libro de Azorín)
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 Article publié le 30 mars 2025.

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Pienso en un libro para leer, y pienso en uno de los libros que me quedan por leer de Azorín. Que he leído en muchos libros estos años. Compré un buen número en alguna Feria del Libro, y algunos de ellos, y muy señalados, en su primera edición de los años treinta en la Biblioteca Nueva -así La voluntad o Una hora de España. Se lo conté a un escritor y periodista, que estaban estos libros en estas ediciones primeras y por un precio mínimo -igual que de los otros, el precio más asequible- y me dijo, admirado : ¿En serio ? Así era. En ediciones también primeras algún otro, pero de Destino, en Áncora y Delfín, como Cavilar y contar. Otros en las ediciones más recientes de esta colección y son las que se suelen ver -Cada cosa en su sitio. Muchos en la colección Austral -Andando y pensando, Un pueblecito, Españoles en París. En colección también de bolsillo pero de Losada La ruta de Don Quijote. Fui comprando estos diversos libros de Azorín en Ferias del Libo de algún año anterior a la pandemia, y así recuerdo irlos leyendo en diversos momentos. Recuerdo leer Una hora de España frente al mar junto a mi madre, y Cada cosa en su sitio en el campo. Y otros de éstos que he nombrado, y alguno más. Alguna mención o reflejo, sucinta o más detallada, hay en lo que mientras los leía escribía, en mi larga obra en prosa o en poemas. He leído alguno que me quedó por leer hace menos tiempo, como Memorias inmemoriales y Los valores literarios. Pero de este desván precioso que eran este buen número de libros de Azorín leí algunos en el encierro, en el que la lectura fue un sustento fundamental. Quizá leí alguno más, pero a tres de ellos los acompañé en su lectura con mis palabras. A La voluntad con el texto o conjunto de textos “La salvación por la palabra”, cuya primera parte salió en el momento en que lo escribía, en pleno encierro, en el periódico El Faro de Melilla, con el que estaba empezando mi colaboración en ese momento -en el principio del encierro-, y entero, y para indicar ya y dar noticia del libro en que estaba incluido, en la revista Incomunidade de Porto. También había salido ya en libro (De infinito amor (Cuaderno del encierro)) “La ruta de Don Quijote”, que acompaña la lectura del libro de mismo título de Azorín, y se publicó como tal texto en la revista de la Real Academia Hispano Americana de Cádiz y posteriormente en Hispanista de Brasil. Quise así hacerlo, para dar entidad y presencia a la lectura de este libro de Azorín -como a la de los otros. Y, con el título “París”, también cuando el encierro y que fue una lectura que resultó y sentí muy vinculada a éste -y que me hizo viajar e ir a París en la parte de sueño que también la lectura tiene-, la de Españoles en París en Revue d’Art et de Littérature, Musique. He reunido estas tres lecturas de estos tres libros de Azorín en un conjunto titulado “Lecturas de Azorín”. Han de salir en la revista de la Cátedra Mariátegui, en Lima. Pensar en los dos libros que me quedan por leer de Azorín me hace recordarlo. Miro la página de la Cátedra y veo que ya se han publicado en la actual edición de la revista, de febrero-marzo de 2025. Al poco de verlo su directora, Sara Beatriz Guardia, me anuncia su publicación, que debía por tanto acabar de realizarse. Tras mi agradecimiento, me expresa con razón la especial entidad que tiene este número de la revista en que mi texto aparece.

Me agrada que aparezca como tal conjunto. Lecturas de Azorín en el encierro y que me hicieron soportarlo. He leído muchos o bastantes libros de Azorín antes o después de éste, y seguramente queda de estas lecturas alguna constancia -mayor o menor- en mi escritura en prosa, o en poemas, pero los textos que conforman este conjunto están unidos entre sí por esto. No me parece poca unión, y me parece que es razón y también que es bonito haberlos reunido y que salgan juntos. Libros de Azorín, claro, también más joven, pero fue esta compra y acarreo de un buen número de sus libros lo que he me ha hecho leerlo más estos años. Algún libro de Azorín de mi padre. Recuerdo que leí su libro María Fontán en el campo. He leído también estos años un autor querido por mi padre, y que dice de su buen gusto, y es Gabriel Miró. Hace un tiempo me salió y leí su edición de Las cerezas del cementerio, que se había traspapelado, y también en el libro que él tenía El obispo leproso y Nuestro Padre San Damián. Pero también en la Feria del Libro compré algún libro más de Miró. Gabriel Miró era una lectura de mi padre, sí, y que además nos hizo pensar en él, a mi madre y a mí, al leer los dos el Libro de Sigüenza, que es un trasunto del propio Miró. Le dije a mi madre que me hacía pensar en mi padre, en papá, y ella asintió a mi comentario y añadió como razón y explicación : -que piensa. Me gustaría volver a leer este libro.

Son dos los libros de Azorín que me quedan por leer, Política y Literatura y Lecturas españolas, aunque quizá haya alguno más. El título de Política y Literatura me lo ha hecho poco atractivo. Veré, al leer el prólogo, que es un título desvirtuado, y que me agrada más el inicial y siento responde más a lo que el libro es y esto me hubiera hecho leerlo antes. Lo tengo en una edición moderna de Alianza Editorial, pero es de 1904, y el autor del prólogo, Paulino Garagorri, pondera mucho que es el primer libro de Azorín, el que firmó con el que sería ya su definitivo pseudónimo. Nos dice respecto al título : “Contiene, por tanto, al primer Azorín ; por eso me atrevo a llamarle “el primer libro de Azorín”. Ahora bien, ¿es este ya el libro de un esteta burgués ? ¿Se ha producido la famosa ruptura ? Creo que todos estos antecedentes confieren a este olvidado libro singular importancia. Su título editorial fue Fantasías y devaneos (Política, Literatura, Naturaleza). “Fantasías y devaneos” era una rúbrica periodística que usó J. M. R. y luego cobijó a éstos y a otros posteriores artículos de Azorín. Al reimprimirlo ahora hemos abreviado el título del libro”. Si, así, Fantasías y devaneos, y lo otro indicado como epígrafe, responde mejor a lo que es este libro. No es que no me importe o sea ajeno a la política, pero más me agrada encontrarla como un trasunto histórico y moral en el que meditar como aquí la encuentro en estas páginas de Azorín, que así indicada en su subtítulo me hubiera hecho entender y hubiera por ello leído antes. Y en estas fantasías y estos devaneos cabe enmarcar algunas visiones líricas que encuentro lo más bello del libro.

En un momento de sus bellas memorias, Los pasos contados, Corpus Barga nos refiere que encuentra una taberna que está exactamente como estaba cuando en ella situó una de sus novelas Cervantes. Éste es el final del primer texto de este libro de Azorín, “La decadencia”, y que nos puede hacer entender lo que es su meditar sobre estos asuntos -y que es un meditar también lírico : “Leed este libro : él nos ha sugerido lo que antecede. Ha sido publicado estos días por un sabio académico de la Historia -el señor Catalina y García- ; fue ordenado hace tres siglos por un monarca : Felipe II. Se trata de las Relaciones topográficas de España, es decir, de un conjunto de informes que en 1578 dieron los cabildos municipales sobre el estado económico y social de los pueblos. Dos volúmenes han salido ya a la luz de los varios que se conservan inéditos, y no hay nada más interesante e instructivo para el político, para el sociólogo y para el artista que su lectura. La vida monótona y prosaica de los pueblos se descubre en estas páginas ingenuas : las casas, las comidas, las cosechas, las fuentes con que cuentan los vecinos, los molinos adonde llevan sus granos, o los prados en donde pasturan sus ovejas… Y es una sensación dolorosa, de honda tristeza, de amargo e irremediable desconsuelo, la que se experimenta viajando por estos pueblos de las mesetas después de leer estas páginas, y observando que todas las cosas permanecen en el mismo estado en que estaban cuando estos vecinos mandaban los informes a Felipe II, y viendo que España permanece tan muerta en 1904 como en 1578”. En el siguiente texto, “Lo castizo”, leemos : “Algo más, sin embargo, hemos hecho en el capítulo de las prohibiciones. Un español que no prohíba algo, bien en su casa, bien en un Concejo o bien en esferas más altas de la burocracia, no es un español castizo”. Estas palabras del siguiente texto, “El arte nacional”, nos harán entender cuál es este arte : “¿Comprendéis cómo en este ambiente, en medio de esta inmensa miseria, ya no puede haber más que una preocupación única, suprema, imperativa, insacudible : la de no morir de hambre ? Y, ¿comprendéis también cómo todo el ingenio español, en esta edad precaria se ha de resolver por fuerza en tretas, artimañas, trazas y recursos de todo género, que proporcionen un poco de comida ?”. De este arte parte una reflexión sobre el Quijote que me parece del mayor interés, y que arraiga su razón en un sustrato muy profundo del pueblo que representa y encarna -y del que este pueblo se burla : “Y yo, contemplando estos bribones joviales, tan del viejo solar castellano, he recordado las migajas esparcidas sobre la barba, las patas de gallina, los artificios de los venteros. Este era el arte nacional. Cuando todas las inteligencias y todas las voluntades estaban de tal modo empleadas, encadenadas, en una realidad tan perentoria, baja e inexorable, ¿cómo sería posible que no levantase tempestades de carcajadas, el idealismo puro, exaltado, altruista, inactual, de un Alonso Quijano el Bueno ?/ Este idealismo del maravilloso caballero había de ser lógicamente escarnecido. Tenedlo bien en cuenta : nada hay que marque de una manera más exacta el nivel moral e intelectual de un pueblo que aquellas cosas que este pueblo pone en ridículo y en las cuales halla su esparcimiento”. Y la educación, la educación como final y sentida como primera, absoluta necesidad, en el final del texto “Los árboles y el agua” : “Y concluís entonces, como síntesis de todas vuestras reflexiones, que sólo una labor educativa, paciente, tenaz, en que las iniciativas individuales dispersas por la Península vayan despertando y creando, en progresión creciente, otras iniciativas, puede resolver la actual crisis de España ; que será inútil pensar en políticas hidráulicas o agrarias si antes no se atiende a la escuela ; que a esta necesidad de la educación es a la que, en primer término, de modo más perentorio, deben ocurrir los gobernantes, y que, en definitiva, es preciso considerar que en esta empresa hemos de poner todos el más alto desinterés, puesto que los resultados de nuestros esfuerzos serán largos, y puesto que no es para nosotros para quienes trabajaremos, sino para esta entidad que se llama Patria, o, si queréis, para esta otra cosa más grande, más perdurable, que se llama especie”.

En los textos que conforman estas “Lecturas de Azorín” que reunidos y como conjunto se acaban de publicar en Lima acompaño la lectura de esos libros. Podría también así hacerlo con éste, pero me voy a limitar a traer y señalar algún pasaje en que siento está lo más lírico, alto y bello de Azorín. El principio de “En el convento” : “Yo voy hacia el convento ; yo llevo en una mano un bastón y en la otra un tomo de Montaigne. El convento está situado en el hondo seno de una montaña, entre espesos pinares que hacen un rumor sordo. El convento es pequeño. San Pedro Alcántara quería que los humildes franciscanos viviesen en conventos pequeños. Admirar ahora el secreto concierto de las cosas : diríase que San Pedro Alcántara ideó su reforma para que un día, andando los siglos, un filósofo, también pequeño, fuese a aposentarse en uno de estos conventos pequeños. Pero yo no tengo vanidad en estos momentos : ya este diminuto monasterio, que blanquea entre el verde boscaje, irradia sobre mí su influjo bienhechor. Las torrecillas de la iglesia destacan sobre el fondo obscuro de la montaña ; abajo, en lo hondo, allá al final de las laderas peladas, comienza a extenderse el llano inmenso de los bancales amarillentos, de los pámpanos verdes, de los olivos grises, que llegan hasta las postreras casas blanquecinas de una ciudad remota…”. Y dos visiones líricas, que en su intuición poética sentimos como con un hálito de verdad, de dos grandes figuras de nuestras letras. En “Un loco” el saber sentir e imaginar a sí a Alonso Quijano : “Lector : aquí vive don Alonso. Estamos en Argamasilla de Alba. La casa tiene una puerta con sus jambas y su dintel de piedra, una reja salediza, recia, rematada por una cruz, dos ventanas diminutas bajo el alero. El zaguán es pequeño, obscuro ; a la derecha aparece una puerta de cuarterones ; en el fondo se destaca otra puerta. Esta es la puerta del patio. Todas las casas manchegas están en esta forma. El patio -según los que habréis visto en Valdepeñas, en Manzanares, en Infantes- forma como un pequeño claustro : una galería corre en lo alto ; una escalera se halla en un ángulo, y cuatro, seis u ocho columnas dóricas, de pulida piedra, sostienen las zapatas alabeadas, negruzcas. Hay un gran silencio en toda la casa ; tal vez se oye de cuando en cuando el ruido de un torno o el tintineo de un almirez, o el chirriar repentino y alborotador del aceite en la sartén. A ratos un mendigo llama en el zaguán, o en el corral de al lado canta con voz metálica un gallo./ Esta es la casa de don Alonso. Don Alonso es manchego, es decir, es un hombre noble, digno, serio, cortés. Siempre han sido así los manchegos. Si abrimos el curiosísimo Vocabulario español e italiano publicado en el siglo XVII por el florentino Lorenzo Franciosini, veremos en la palabra Mancha que éste es un territorio dove al parer mio e la miglio gente del mondo ; si después saltamos al siglo XIX y consultamos el conocido Handbook for travellers in Spain, de Richard Ford, comprobaremos que “the manchego is honest, patient, and hard-working when there is any one to hire him ; his affections are more developed than his reason”. Y ya esta última frase -que por evitar susceptibilidades, en estos tiempos en que ponemos la cabeza sobre el corazón, yo no he querido traducir-, ya esta sencilla y breve frase arroja una viva luz sobre el dueño de la casa que acabamos de describir. Don Alonso es, ante todo, un hombre sentimental, efusivo, imaginativo, de un gran corazón. Pasa sus días modestamente ; con él viven una criada vieja, que lleva en la casa muchos años, y una linda muchacha, una gentil mancheguita -Constancia, Aurelia o Leonor-, que es hija de la hermana del caballero ; tal vez esta hermana vive en un pueblo cercano -La Solana, Herencia o Alcázar-, y la muchacha ha venido a pasar con su tío una temporada. Don Alonso madruga mucho ; va a dar algunos ratos un paseo por unos bancales que tiene en las cercanías ; a veces, en unión de otros buenos vecinos, sale a correr las liebres con sus galgos y su caballejo trotón. Don Alonso viste con esa elegancia sencilla, sólida, de los señores de pueblo ; su sayo es de velarte -paño suave- ; el vellorí que gasta para sus gregüescos es “de lo más fino”, y sus calzas y sus pantuflas son de velludo. Don Alonso come sobriamente ; no hay que olvidar que Platón comía poco, que Aristóteles comía también escasamente, y que viviendo don Alonso en una época en que estos filósofos gobernaban los espíritus de los hombres cultos (“el Filósofo” se le llamaba a secas a Aristóteles), estos hombres habían de ser por fuerza parcos en comida, tanto más si se considera que la pobreza del suelo y el estado del país no permitían otra cosa”.

Lecturas españolas, el otro libro que tengo por leer, está dedicado a Mariano José de Larra. Sabe figurarse a Larra y hacérnoslo sentir a todos en el precioso texto “Aniversario”, que traigo aquí, ya casi como despedida de mi acompañar este libro de Azorín, sin propósito siquiera de pretender que mis palabras lo acompañen como lectura del mismo sino que traigan de él una más sencilla noticia y que nos diga -esto sí- la compañía que es un libro de Azorín. Aquí el texto “Aniversario” :

 

ANIVERSARIO

“¿Os acordáis de este pequeño joven ? Es bajo, impetuoso, nervioso, con una barba primeriza, sedosa, negra, terminada en punta ; con los ojos grandes -un tanto ingenuos, un tanto melancólicos- ; con el pelo que hace sobre la frente un elevado tupé, que él alisa y atusa de cuando en cuando. ¿Dónde vive este pequeño joven impetuoso y nervioso ? Vive en la calle de Santa Clara, en el número 3 ; cuando paséis por su puerta, echad un rápido vistazo hacia el zaguán ; es un zaguán reducido, chiquito, con la escalera enfrente, casi junto a la puerta. Por esta escalera, sombría, lóbrega, este joven ha subido sus alegrías -acaso pocas- y sus pesares -acaso muchos-. Y en la actitud lenta -cuando triste- o precipitada -cuando risueño- habréis conocido, si os lo tropezasteis alguna vez, los pensamientos varios y revueltos que bullen en su mente.

Hoy ha subido estas escaleras ansioso y animoso ; hace un mes que estaba sumido en una profunda tristeza. No iba a las redacciones, ni a las tertulias, ni a los bailes, ni a los teatros. Él, que es tan cuidadoso de su indumentaria, tan atildado, tan elegante, había llegado a descuidar estas vanas galas y pompas. No iba a ninguna parte, no veía a nadie ; paseaba solo por las afueras o por esos paseos solitarios por donde nadie pasea ; entraba en uno de esos sombríos y desiertos cafés que vosotros habéis visto aquí en Madrid, y permanecía sentado en un rincón horas y horas, absorto, inmóvil, sumido en uno de esos estupores dolorosos, estúpidos, en que no se piensa en nada y en que se siente vagamente un profundo y lento pesar que nos abruma.

Y hoy, toda esa hosquedad, todo este atontamiento doloroso, ha desaparecido ; se sentía este joven reanimado, animoso, risueño, esperanzado ; se sentía en uno de esos oasis del espíritu, que son como una tregua, como un punto de partida hacia otras regiones más amables. Por eso se ha mirado ante el espejo mientras se vestía -como hacía antes-, y por eso se ha compuesto y aliñado cuidadosamente, como ha hecho siempre. Y luego ha salido de casa y ha bajado las escaleras -estas escaleras que vosotros podríais subir y bajar hoy- ; y ha bajado, digo, las escaleras con semblante risueño. ¿Dónde se ha encaminado ? Yo os lo diré, si lo recuerdo : como este joven ha vuelto a sentirse reanimado, ha sentido también deseos de hacer algo, de trabajar, de pensar, de hacer proyectos. Hacía mucho tiempo que este joven no trazaba proyectos : ya sabéis que esto de hacer proyectos es el placer más agradable del mundo, y el que más ciertamente indica nuestra intensidad de vida : un hombre que imagina muchos proyectos, es un hombre que vive mucho ; un hombre que no traza ninguno es un hombre que muere.

Y bien : este joven ha estado durante un mes sin tener ningún proyecto, sentado en los rincones de los cafés, y ahora vuelve a tenerlos. ¿Qué hará ? ¿Qué escribirá ? ¿Qué ideas, qué impresiones, qué fábulas, qué tramas arrojará sobre estos blancos papeles que llamamos cuartillas ? Él ha escrito hasta hace poco artículos políticos, críticas, novelas, comedias ; pero, ¿no os parece bien un drama que tenga por protagonista a don Francisco de Quevedo ? Si vosotros sois inclinados a la sátira, si habéis escrito vibrantes y apasionados artículos y folletos en que fustigáis las corruptelas y las rutinas de vuestros contemporáneos, ¿no os placerá el hacer vivir un par de horas sobre las tablas, en bulto vivo, a este terrible fustigador de las rutinas y corruptelas de hace dos siglos ? Indudablemente, hay que hacer un drama en que hable y viva Quevedo : este joven va a hacerlo. Y sobre esto ha ido pensando, mientras discurría por la calle Ancha de San Bernardo, y de esto ha hablado a un amigo suyo que entiende de cosas de arqueología, y cuya colaboración puede ser útil en esta obra.

Ya tiene un proyecto este joven, es decir, ya vive. Yo no sé si es domingo hoy, tal vez lo sea ; todos los domingos, dos chicos, que son sus sucesores, vienen a visitarle. Viven en otra casa, no sé por qué, ni ahora quiero entrar en averiguaciones. Ello es que este proyecto y la visita de sus chicos le han reanimado. Ya come con apetito, sentado ante la mesa ; ya ríe, ya habla jovialmente, ya chispea su ingenio en ironías y paradojas. Y a los postres, ante el mantel blanquísimo, ante la cristalería diáfana, él, que es artista y que ama las cosas, ha sentido un minuto de plena vida, mientras su espíritu se halla henchido de esperanza, mientras su organismo rezuma satisfacción fisiológica, mientras sus manos pasean suavemente sobre el blanco damasco y sus ojos contemplan el cristal transparente de las copas.

¿Dónde irá él esta tarde ? Esta tarde ha dado un paseo por Recoletos con un amigo. Yo lo diré ya ; esta esperanza de la mañana se ha ido disipando poco a poco ; un terrible presentimiento, abrumador, brutal, entristece su semblante. Os explicaréis este fenómeno : hay espíritus que pasan vivamente de la alegría a la tristeza ; su sensibilidad está hiperestesiada ; sus días serán breves… Y este joven presiente que esta esperanza que le ha mantenido y alegrado por la mañana va a disiparse : ¿por qué ? ¿Cuáles son las causas ? Él no lo sabe : ¿podemos acaso razonar lo inconsciente ? Cuando ha vuelto hacia su casa, cando ha entrado en el zaguán, cuando ha puesto los pies en el primer peldaño de la escalera, ¿qué pensamientos eran los suyos ? ¿Cómo ha subido esta escalera ? ¿La subirá otra vez ?

Ya en su cuarto, se ha sentado ante su mesa de trabajo y ha mirado tristemente sus libros, sus cuartillas y sus plumas -estas plumas con las que ha escrito tantas cosas-. Acaso ha abierto los cajones y ha sacado unas cartas por las que ha pasado la vista ; tal vez ha trazado unas líneas sobre una cuartilla. Un largo rato ha transcurrido ; cuando el criado ha llamado a la puerta y ha pronunciado un nombre misterioso, todo su ser se ha estremecido. Y luego, cuando ha penetrado en la estancia una mujer, él ha sentido una de esas intensas sensaciones indefinibles, que son de placer y de angustia ; una de esas sensaciones que nos hacen vivir en dos o tres segundos siglos de vida…

¿Queréis que diga lo que entre este joven y esta mujer ha ocurrido ? No puedo : hay estados de espíritu que no pueden ser exteriorizados por las palabras ; tendrías la fuerza emotiva de un Shakespeare o de un Petrarca, y todavía quedaría vuestro relato pálido e incompleto. Hay cosas que no se puede ni se podrán expresar jamás. Vosotros habréis encontrado en un tranvía, en un teatro, en la calle, una mujer cuya sola vista os ha revelado un mundo desconocido ; una mujer que presentís que os pertenece y que su vida es paralela de vuestra vida… y que, sin embargo, desaparece, sin que vosotros hayáis tenido fuerza para retenerla a vuestro lado. ¿Cómo expresaréis lo que habéis visto en esta mujer y lo que os ha hecho presentir ?

¿Cómo expresaréis lo que este joven ha sentido cuando esta mujer, su amor supremo, se ha marchado de este despacho para siempre ?

Ha transcurrido otro largo rato ; él se ha colocado ante el espejo ; ante este espejo que le ha visto ponerse tantas veces su pantalón colán, su frac con botones de oro, su larga corbata de terciopelo negro ; que le ha visto alisarse y atusarse el mechón de pelo negro que corona su frente ; este espejo, que, como un sillón, como una mesa con los que nos encariñamos, es un amigo suyo.

Y después ha sonado un disparo…

*

Ya no sé si estas líneas son una ficción. Pero yo pienso en ellas y me contemplo, hace tres años, en un cementerio abandonado de Madrid, rodeado de amigos enlutados y con violetas en las manos, ante un nicho, leyendo un discurso que ya ha desaparecido de mi memoria y del cual sólo recuerdo una frase : Mariano José de Larra fue un hombre y fue un artista…

 

Al final del texto, el propio Azorín. Pienso en el título del poema de Cernuda, “A Larra con unas violetas”, y que me gustará releerlo. Un libro de Azorín, en la compañía que es en la finura de su meditación y su lirismo, en la adivinación que sentimos en algunas de sus visiones, o, como él las llamó y deseo así restituirlo como título, fantasías y devaneos. Fantasías dice la imaginación y devaneos el ir y venir, de lo real a lo soñado y al revés, de lo íntimo a lo compartible, a la encarnación ligera de verdades compartidas, ligera y a la vez profunda y como soñada. El autor del prólogo coloca sus notas a éste en las últimas páginas del libro, y esto hace que las leamos -o al menos así a mí me sucede- al final, ya acabado el libro. Dice al final de su última nota : “Conviene recordar que incluso Castilla -libro prodigioso- se ha vendido siempre difícilmente como todos los de Azorín. Yo he hallado varias veces en los puestos de la costanilla de Claudio Moyano ejemplares intonsos de la primera edición de 1912. Intonsos y, en algún caso, con dedicatoria autógrafa ; como el que adquirí y conservo dedicado a quien no diré”. También yo, como he dicho al principio de estas palabras, he leído algunos de los más significativos libros de Azorín en sus primeras ediciones y que también compré por nada en puestos de librerías de viejo. Parece que esto sigue siendo así. También que sigue siendo así algo más importante, y es que, junto a su discreción, la voz de Azorín sigue viva en sus extraordinarias condiciones y valor y es por ello que sigue siendo una inmejorable compañía, leído en la edición que sea -la que buenamente nos haya salido al paso y hayamos encontrado-, un libro de Azorín.

 

Barcelona, 17 de febrero de 2025

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Commentaires :

  Fantasías y devaneos (Un libro de Azorín) par Raúl Lavalle

Santiago Como siempre, admiro tu gran saber y tu fina prosa... deudora también de la fina prosa de Azorín. Felicitaciones, Raúl


 

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