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Sagrado Fuego (selección) (1995)
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 Article publié le 26 janvier 2010.

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1. Sagrado fuego

 

Un minuto de sagrado fuego,

un momento de luz prometeica,

una chispa, un chispazo, una lluvia

de briznas ígnitas desprendidas

desde el esmeril apolíneo,

desde la profundidad del cosmos,

abalanzándose contra mi mente,

rociando mis dendritas perceptoras

de singular clarividencia,

alimentándolas de leche

prístina, de zumos paleozoicos.

 

Venid a mí, polvo de asteroides,

cenizas de incendios estelares,

rescoldos de conflagraciones

de nebulosas ya destruídas,

arpegios de cítaras siderales

rotas en el primer cataclismo,

y sonando aún en el universo.

 

Sonad, llamaread, tremolad, crujid,

estremecedme, alegre instrumento

hambriento de dedos y de labios,

hambriento de un arco prometeico

arrancándome letras, palabras,

versos, hexámetros, églogas,

odas, sonetos, ditirambos,

epopeyas, alfabetos, lenguas.

 

Para sangrar, para sacrificarme

sobre la piedra del altar de Apolo

emitiendo píticos sonidos,

llenando de oracular misterio

el antro donde mis cofrades

esperan en respetuoso silencio,

esperan su singular alimento.

 

 

2. Entresueño

 

Fugaz rapsoda de la madrugada,

en el entresueño de mis vigías

tu voz una voz de otro mundo,

tu cítara un sueño de metales

arrancándose inéditos sonidos,

tus pasos los pasos del rocío

deslizándose por entre los rosales.

 

Cántame en el sueño, rapsoda,

toca con tu voz mi maderamen

a que despliegue sus velas mi barca,

y cruce ingrávida sobre las aguas,

cruce el aire, cruce las praderas.

 

En tu música mi ser pasmado,

mi vida envuelta en los aromas

de narcóticas flores exhalando

su aliento virgen sobre mi sueño.

 

Adormece mis vigías, rapsoda,

adormece mis nocturnos centinelas,

y aproxima tu voz a mis labios,

aproxima tu dulce rocío

a mi sed de amor en la madrugada.

 

 

6. Sino tribal

 

Desde allí salimos, un día cualquiera,

con los bolsillos llenos de sueños,

siguiendo el llamado de los ancestros,

o de nuestros hermanos vagabundos

cantando, libres, por los caminos.

 

Salimos, y con nosotros, siguiendo

nuestros pasos, el sino tribal, la impronta

de la matriarca llena de misterio,

silenciosa en su alcázar de piedra,

contemplándonos, muda, alejarnos.

 

Camaradas errantes, no olvidemos

jamás que desde allí, un día, salimos,

nunca olvidemos que, a la ventana,

nos miró, empañada, alejarnos,

y bendijo en su idioma inescrutable

nuestra partida, ella, la callada.

 

Volveremos o no volveremos,

atracará, algún día, nuestro hogar

junto al hogar mayor abandonado,

o pasará de largo nuestra barca

sin reconocerla, tan lejos ella.

 

O moriremos, aquí, de nostalgia

por el terruño, el suelo lárico,

las Tres Marías, la Cruz del Sur,

el mar clamoroso llamándonos.

 

Con los bolsillos repletos de sueños,

con el patrimonio espiritual

de la tribu detrás de nosotros,

salimos desde allí, un día cualquiera,

y ya no sabemos, ay, no sabemos

los caminos, las rutas de regreso,

tan callada ella, la vieja matriarca.

 

 

7. Como la noche

 

Llegue de súbito, como la noche,

y apodérese de mi corazón

penetrando la cáscara de niebla

con sus gráciles dedos maternales.

 

Nada diga, toda ella iluminada

de locuaz persuación y labios rotos,

por el mismo sendero que sus pasos

cuando adiós en el crucial entrecruce.

 

Llegue, y rómpanse en mil pedazos

los testimonios, las fotografías,

el amuleto de piedra testimonial,

el eco de la voz de mis mayores.

 

De súbito a mí, como la noche,

penetrante desde sus raíces,

toda llena de espadas y desnudez,

ella la de mil rostros, la indefinible.

 

 

 

9. Redención

 

Algo suceda y marchite

con su aliento o con su mirada,

esta flor clavada en mis manos,

este haz de espinas foliáceas

nacidas de mis secas entrañas.

 

Algo suceda, algo que maldiga,

algo que pasme o que petrifique

de un solo soplo, de una sola

mirada inyecta en ira y en odio,

de una sola pócima vocal

cargada de injurias y blasfemias.

 

Descienda el ángel del exterminio,

descienda el ángel de la destrucción

blandiendo su espada flamígera,

y toque los fértiles vientres,

toque la húmeda semilla

apagando su rumor vital,

reduciéndola a polvo estéril.

 

O crepite el sol al crepúsculo,

arda de llamas arreboladas

arrasándolo todo a su paso,

llenando de incendios el mundo.

 

Algo redima mi frente uncida

a un haz de espinas foliáceas,

algo libere mis manos clavadas

a una flor de secos pétalos

nacida de mis entrañas,

 

algo suceda, algo descienda

o emerja enérgico de la tierra,

y ponga su mano sobre mi testa,

y exorcice, abata, aniquile,

purifique esterilizando,

llenando de terribles besos

mis labios, mis secas entrañas.

 

 

18. Cerco

 

¿Y si de repente claudicaran

mis resistencias, bajo el asedio

de fuerzas secretas confabuladas,

de obscuras milicias poniendo cerco

a mi hogar de profusos accesos,

con todos sus puentes tendidos ?

 

Podrían erigir frente a mi puerta

su amenaza de tinteros e infolios,

o soplar desde las cavernas

un rumor ininteligible

de testimonios irreprochables,

de noches perdidas en el tiempo

desde donde regresan y acusan.

 

Débiles son tus murallas, convicto,

y los gendarmes que ponen sitio

a tu hogar con sus jueces aliados,

conocen todos los accesos

de tu inextricable laberinto.

 

Llegarán a ti y te pondrán fuego,

y arderán tus gastados decenios

conviertiendo en humo tu existencia,

reduciendo a cenizas tu prontuario.

 

Házte fuerte parapetándote

en su fortaleza de pétalos,

y opón tu pluma a los infolios,

su testimonio a los testimonios,

su aroma al aliento cavernario.

 

 

22. Hermandad

 

Hágase de pronto un silencio

como de tumba o de cementerio,

como de templo o de monasterio,

un silencio de planetas muertos,

o de soledades inmensas

para mi descanso eterno,

para mi deseo de no ver,

ni escuchar, ni hablar, ni ser oído.

 

Hágase ésta, mi última voluntad

de estar absolutamente solo,

de caminar años y milenios

sin encontrar rastros de vida,

sin hallar huellas ni vestigios

del ser humano que me sustenta,

y que quiero, ¡por Dios !, olvidar.

 

Demasiado largo ha sido el sueño

de la irrenunciable irrealidad :

ahora derrúmbense de golpe

pirámides, templos, bibliotecas,

derrúmbense ciudades y naciones,

imperios, civilizaciones,

y todo aquello que cobije al hombre,

todo aquello que lo recuerde.

 

Hermanos sacerdotes muertos,

hermanos sepultureros muertos,

monjes, presidiarios, poetas,

pastores, vagabundos, huérfanos,

náufragos, eremitas muertos :

venid a la hermandad de la mudez,

venid a la piedad del silencio.

 

Venid conmigo a mi descanso eterno,

venid conmigo a mi errar eterno,

y cúmplase así mi última voluntad.

 

 

35. Ambivalencia

 

Ambivalente entre los climas

y las especies que pueblan la tierra,

¡nadie se acerque a nuestro rigor

de camuflajes y pistas falsas

en el apogeo de las máscaras,

cuando el que guardamos a gritos

asoma apenas su presencia

y queda oculto en el follaje !

 

Haz una señal tú, incierto prófugo

de prisa por pueblos y por idiomas

con tu obscura carga semántica,

semejante sólo a ti mismo,

y extraviado en ti, sin embargo,

con tus clandestinos pasajeros.

 

Confuso en la identidad del agua,

¡dejadme cantar, hermanos poetas !,

¡dejadme cantar a que mis rasgos

enseñen su espéculo empañado,

y permanezca en las hebras del canto

mi sed de solitaria copa !

 

 

37. Crisálida

 

La clara sencillez del agua

sus visibles ramificaciones,

su tez traslúcida espejada

en la claridad de la luz dormida.

 

Claro cristal de líticas fuentes,

de líticas pupilas abiertas

a las pupilas del universo,

¿dónde, si no en tu crisálida,

dónde, si no en tu cristalería

la sencilla claridad del agua ?

 

Pero no penetréis más allá,

no levantéis la cáscara lítica,

no interroguéis su interior sumido

en los misterios castálidos.

 

Porque ya no podríais regresar,

porque allí quedaréis atrapados,

y miraréis, es cierto, a su través,

y seréis parte de su sencillez,

pero ya no podréis liberaros.

 

 

41. Carro del otoño

 

Pesadas ruedas del carro del otoño

uncido a mi cuello de animal cautivo

en el desprendimiento de las hojas.

 

Tira de tu yugo por el calendario

a que rechine el eje y te duela

la lenta propagación de la muerte.

 

El estío candente a tus espaldas

y en lontananza la nieve impoluta :

tiempo es ya de la humedad y el viento,

de los ásperos cuchillos de la siega.

 

Cantor en la espesa melancolía,

tu lira una andanada de chillidos,

un delgado clamor de gargantas

vegetales sacudiendo tus cuerdas.

 

Y uncido al carro de pesadas ruedas,

chirrían tus coyunturas líricas

arrantrando tanto rigor y muerte.

 

 

 

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