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El Muertito de Chitaltic
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 Article publié le 7 juillet 2019.

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Hacía apenas una semana de mi cambio a la ciudad de Yajalón, como Agente del Ministerio Público y apenas estaba tratando de adaptarme. Por lo pronto, esa noche jugaba carambola con el Biguín, quien se desempeñaba como piloto de un avión Cessna 180, de ruta por la zona.

A pesar de tener acceso a las mesas del billar de mis abuelitos, nunca aprendí a jugar lo suficiente como para no ser vapuleado, jugando carambola o pool. Mi adversario me estaba dando una paliza con puntuación de 40 contra 24, pues armaba muy fácil los tiros, al ir provocando que siempre quedaran las bolas, en posición de hacer contacto las tres entre sí para lograr la carambola.

Cuando me avisaron que me estaba buscando el maestro de Chitaltic, porque habían matado a un anciano, en el camino muy cerca del poblado y la familia del occiso quería darle cristiana sepultura. Para eso necesitaban que yo hiciera el levantamiento del cadáver.

Di gracias a Dios porque me pude librar de seguir sufriendo la paliza del Biguín.

Luego de despedirnos,tras ponerme de acuerdo con el maestro de la comunidad, fui a la casa para recoger mi foco de mano y ponerme una camisola, y De paso, llevar unas balas extra, para mí pistola Sentinel, calibre veintidós de once tiros, por cualquier cosa. Me alcanzó el maestro y nos dedicamos a agarrar rumbo hacia Chitaltic. Para tal fin nos dirigimos a la punta de la pista del aeropuerto y nos metimos por la cañada al lado izquierdo, para empezar a ascender bastantes metros para llegar a nuestro destino. El profe, mi guía, calzaba unos tenis y yo unas botas cordobesas.

Cierto, el camino por el arrollo, era más corto, pero implicaba ir brincando las piedras bolones, con el riesgo de sufrir una caída, gracias a lo mojado y resbaloso. Mi lengua casi llegaba al piso, pero el orgullo propio no me permitió externar nada a mi compañero y seguimos avanzando.

Casi a medio cerro, cuando el agotamiento y la falta de aire dejaron de acuciarme, todo se volvió normal y me sentí como si se renovara mi motor, y como ya estaba caliente , empecé a arrear el paso al guía y en poco tiempo llegamos a la cima.

Los llantos y el movimiento de la luz de los focos de mano me ubicaron en la negrura de la noche, dónde estaba el occiso.

Nos ubicamos y el maestro puso al tanto del motivo de mi presencia a los dolientes.

Nadie de la familia presente sabía. Les avisaron unos viajeros que los conocían, al ver el cadáver y luego de identificarlo, dieron el aviso. Parecía una crimen sin resolver. Al checar el cuerpo no vi ninguna señal de violencia, hasta que al girar su cabeza, me percaté de que solo estaba sostenida por un pedacito de piel del cuello. Casi fue una decapitación total. En ese momento tomé conciencia del peligro : Si el homicida estaba cerca, no lo podríamos descubrir dada la densa obscuridad. Si me soltaba un machetazo, como lo hizo con la víctima, me iba a dar cuenta cuando mi cabeza, al rodar por el piso, sintiera el dolor del golpe me indicaría mi condición de decapitado.

Con el miedo atenzándome la conciencia, di instrucciones al maestro, para que al otro día se apersonaran en la agencia, dos testigos para tomarles declaración y otros dos para ser habilitados como peritos médicos y asistencia, los dos últimos como sus testigos de asistencia. Me despedí y prácticamente me llevé arrastrando al maestro para que me ayudara de regreso. Bajamos el cerro casi sentados como en una resbaladilla.

Esa noche descubrí que el miedo no anda en burro, ¡Corre !

 

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