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Poesía, don de la noche
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 Article publié le 17 avril 2022.

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Busco estos días pasados leer libros queridos y de buen recuerdo, algunos leídos hace muchos años. Así el espléndido recuerdo de los cuentos que Alejo Carpentier reunió en Guerra del tiempo y otros relatos, su disfrute en el corazón y la memoria. Lejano y aún vivo y que quiero revivir. Recuerdo los cuentos. “Los advertidos” -y otros, en realidad todos. Empiezo por el primero, “Viaje a la semilla”, pero por más de una vez me interrumpe algo y no logro terminarlo. Empiezo el segundo, “Semejante a la noche”. También puedo leer poco. Pero resuena en mí el verso de La Ilíada del que proviene su título : “Caminaba, semejante a la noche”. Leo entonces algunos cuentos de El libro de arena de Borges -“El otro”, “Avelino Arredondo”, “Ulrica”, “El disco”, “El libro de arena”, “Utopía de un hombre que está cansado”, “El soborno”-, leídos también hace muchísimos años, vueltos a leer alguna vez, y alguno de los que Augusto Roa Bastos reunió en Moriencia. Me fijaba estos días, como ya hice en primavera, en un volumen de Novalis, que contiene Himnos a la noche. Pensé ya en leerlo en primavera, pero está sobre los libros del último estante, y he de coger una pequeña escalera para alcanzarlo. Así ahora lo hago. Contiene los Himnos a la noche y la novela Enrique de Ofterdingen, en una edición preparada por -así lo pone- Eustaquio Barjau. Fue éste también un motivo de comprar este libro una Feria del Libro. Pensé que no sabía cuándo iba a leerlo, pero que en algún momento lo leería. José María Barjau murió joven pero no se perdió su recuerdo entre sus amigos de la revista El Ciervo, o al menos así sucedió con mi padre, a quien siempre oí ponderar sus extraordinarias condiciones. Hablaba con admiración y un extraordinario respeto del fulgor de su inteligencia. Y, además de con admiración, hablaba de él con cariño. Yo salvé sus poesías -en catalán- de algún lote de libros de algún sitio, y los llevé a la casa del Ampurdán para leerlas algún día. Pero cuando una vez fui a buscarlas ya no estaban. Tengo una idea de quién pudo llevarse ese libro sin decirlo, llevárselo por creerse con derecho a ello y para nada, para acumular cosas, para no leerlo seguramente, con la voracidad irrespetuosa e idiota del que no entiende ni entenderá nunca lo que es de verdad un libro -porque no puede uno tocar ni llevarse un alma, si es de otro. Ha de respetar que sea de otro. Bueno, el recuerdo protector de José María Barjau y sus altos dones me salieron al encuentro en este libro de Novalis que Eustaquio Barjay -estoy seguro que familiar, no recuerdo o sé de qué modo o grado- tradujo, prologó y anotó, y que está publicado en una bella edición de la Editora Nacional, en Madrid, en 1975, y en gran parte por ello lo compré. Cojo el libro y pienso que leo sin prólogos ni nada, directamente, los Himnos a la noche. Pienso que también me salen al encuentro, porque cierro cada día con un poema que me suscita la noche, me pide la noche, y es una respuesta a su llamada. Me llama la noche y esta llamada digo en un poema, muchas veces son muy breves y muchas también últimamente el único poema del día. Poemas de la noche. No había leído a Novalis. Hay quien me ha relacionado con los románticos alemanes. Un hispanista de formación inglesa y sajona me relacionó con ellos, relacionó mis poemas de la noche de Poesía en Roma con esta fuente y esta corriente. Lo hacía, supongo, porque encajaba en su marco de referencias. Pero, aunque no venga de una influencia directa, no puede decirse que sea equivocado e imposible -casi nada de lo que se dijera sobre arte lo es. Podría desde luego así pensarse. Pero no soy un gran conocedor del romanticismo alemán -aunque lo conozca- ni de Novalis. La noche, en esos poemas, aparecía por sí misma o porque sí, la noche era la noche sin porqué que es el poema y esto es la noche en el poema. En mis poemas. De este sentir la noche como una llamada, y decirla en un poema, habría mucho que decir. Creo. Que sería posible. Pero yo ahora me encuentro con los Himnos a la noche de Novalis y me sumerjo en ellos sin preparación previa. Leo en el primer himno : “Más celestes que aquellas centelleantes estrellas nos parecen los ojos infinitos que abrió la Noche en nosotros”. Y, en referencia a lo que se encuentra más adelante (“dulce y amable sol de la Noche, -ahora soy Tuyo y soy Mío”), encuentro esta nota de Barjau : “Al reconocer su pertenencia a la Noche, el poeta cobra conciencia de la plena posesión de sí mismo”. Leeré los Himnos sin más, sin preparación, como digo, sólo con el deseo de sentirlos. Pero luego leeré el prólogo de Eustaquio Barjau. Quiero leerlo y luego leer otra vez los Himnos a la noche y así lo hago. El prólogo es extraordinario. Explico cuestiones del romanticismo en clase, y podré a partir de ahora en algún punto darle la voz a él, tal es la ponderación y precisión de pensamiento con que lo explica. Quiero decir que podría utilizar algunas de sus reflexiones -y decir, claro, que son de él, él las escribió y se encuentran en esta edición de Novalis que preparó. Recuerdo el respeto y la admiración por el amigo extraordinario. Quien lleva su apellido no me defrauda nada. Y leo los Himnos a la Noche, y empiezo la novela Enrique de Ofterdingen. Barjau se pregunta en algún momento del prólogo -hacia el final, creo, supongo-, dice que puede preguntarse la cuestión de si se puede leer hoy una novela así. Cuenta cómo influyó, por ejemplo en Joan Maragall, que tradujo esta novela al catalán -y de Novalis su misticismo panteísta tan curioso en un católico. El romanticismo abrió puertas que siguen abiertas, y las abrió el romanticismo alemán -que fue el primero-, y aún es fuente y sus raíces son tan largas que puede estar en nosotros y aun sin haberlo leído directamente. Por esto decía que no me pareció un desacierto crítico el que comentaba respecto a mis poemas. Era una lectura posible, no imposible, pese a lo que con lealtad he observado. Barjau da razones válidas a esta pregunta, y yo también tengo la mía, y es que hay que ir a las fuentes. Cuando explico el romanticismo dejo hablar a Rilke, leo el fragmento de Los apuntes de Malte Laurids Brigge que tradujo Francisco Ayala en que relata qué es necesario, qué ha de sentir para poder escribir un verso, y fragmentos de sus Cartas a un joven poeta. Jaime Gil de Biedma decía que cuando las leyó joven le pareció que decían tonterías y al leerlas en la madurez comprendió que eran profundas. A mí siempre me gustaron. Y dejo que hable Rilke -también algunos fragmentos de otros textos. Y leer a Novalis será el placer de leer directamente algo que conozco, beber agua de su fuente. Y disfrutarlo. Esta razón basta. Me encuentro con otras anotaciones de Barjau que me llaman la atención por su tino y su pertinencia, por la hondura de pensamiento que se advierte en estas advertencias o como noticias que lanzan. Porque sino no podrían ser tan precisas. Leo así ya en la novela Enrique de Ofterdingen -en sus notas, observaciones sobre el sentido del romanticismo según Novalis (“Para Novalis lo romántico, en uno de sus sentidos, es lo que se refiere a la conciencia de la gran fuerza que mueve todas las cosas ; aflora más en las épocas de transición que en aquellas en las que el hombre cree haber encontrado su estadio definitivo”), de tenor explicativo como la que ahora he transcrito, o en forma de sentencias lapidarias que no necesitan más comentario (“El poeta es el único hombre capaz de sentir la fuerza espiritual que mueve el mundo. Ver Prólogo, páginas 18 y ss.”), y también la nota con la explicación o el anuncio de lo que la poesía es, del misterio que encierra y en que consiste y que se podría decir de otros modos pero desde luego está perfectamente dicho aquí como nota explicativa de una edición a su cuidado por Eustaquio Barjau : “En el camino hacia la poesía cada nueva revelación es como el despertar de algo que yacía dormido en el alma del hombre. Recordar la coincidencia entre pasado y futuro, que tiene lugar, según Novalis, por obra de la poesía”. Estoy a media novela, seguiré leyéndola. Por todo lo que he dicho -y por lo que aún no sé. Vuelvo a recordar las llamadas de la noche, los poemas que se vuelven. Me ha hecho pensar en ellas este libro. Este libro me ha hecho pensar en otros que estaban en lo más alto de la biblioteca, encima de él, y cogeré, y que son la novela Teresa de Rosa Chacel, esa recreación del Madrid de Espronceda que pensé también que algún día leería y estos días pueden por qué no ser propicios, y un volumen con entrevistas y textos misceláneos de Elias Canetti, cuyas notas tanto quiero, y en el que encontraré aún algo por leer. Quizá por la extrañeza y el asombro que es leer directamente esta fuente que son los poemas y la novela de Novalis -poema todo-, pienso en los cuentos de Lord Dunsany, que me gustaron. Recuerdo que Pepín Bello comentaba que Lorca le habló de ellos, y daba a entender con ello el gran conocimiento y cultura literaria que tenía Federico. Había que tenerlo para conocerlo. Es un autor insólito, un precedente de la fantasía que en literatura sólo será real -se hará, se escribirá- mucho más tarde, y de la que recuerdo su carácter tan personal y su elegancia y su finura. Podría también buscar el libro con sus cuentos y leerlos. Ahora terminaré la novela de Novalis. Me han llamado la atención las anotaciones a la noche, a lo que es la noche para la poesía y el poeta, en la poesía y el poeta, con que nos la acerca Eustaquio Barjau, y a través de él el recuerdo de un querido y admirado amigo de mi padre que de alguna manera en ellas vuelve ahora a estar para mí vivo. Gracias a su lucidez. La noche es un misterio, y no necesita parámetros ni fuentes, ni anotaciones, para que este misterio sea y como tal se dé. Así se da en la poesía, en el poeta. Poesía, don de la noche, llamada de la noche. No has de en tu misterio y como tal llamada terminar de decirte.

 

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