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Article publié le 12 juin 2022. oOo Aquella tarde en que yo frisaba un poco más de tres años, y la Segunda Guerra Mundial ya había dado sus últimas patadas, mi linda mami Atalita Penagos Rojas se puso una falda blanca acampanada para hacer contraste con una blusa de terciopelo negro y se calzó unas zapatillas negras con un tacón de siete centímetros, se puso maquillaje en la cara y se delineó el borde de los párpados con un lápiz negro, para resaltar el rímel que alargó sus pestañas con una especie de escobilla, proceso que hizo realzar sus bellos y grandes ojos de color marrón. Al verme cómo la observaba con una mirada fija, dijo alegremente : ---¡Ay Jorgito ! Pareces un tecolotito ; te veo muy absorto, atento y curioso. ¿Acaso me veo muy mal ? ---No, al contrario. Te ves tan chulísima como una artista de cine. ¿Vas a ir a alguna fiesta ? ---Vamos a ir a tomarnos una foto en el estudio del señor Crócker. Con sus veintitrés años cumplidos, y con su bien torneado cuerpo, cualquier persona que no la conociera, sin estar yo con ella, no la imaginaría como madre, sino como una bellísima muchacha, en edad de casarse. Después de acicalarse, procedió a vestirme con una camisa y un pantalón celestes y me calzó con unos botines negros, para luego peinar mi blondo cabello. ---Muy bien, mi niño. Ya estamos listos para tomarnos la foto. ¿Te parece bien ? ---consultó su reloj de pulso—. Estamos a tiempo si no nos entretenemos en la calle. —¿Está muy lejos ? ---Dos cuadras por la calle Diego de Mazariegos, nos llevarán al parque, luego de cruzarlo en diagonal, avanzaremos por la calle Real de Guadalupe y de ahí vamos a caminar media cuadra más para llegar a nuestro destino. ---No está lejos –dije. Se puso sus blancos guantes y me tomó de la mano. Nos desplazamos por el largo y angosto pasillo, cual si fuera un túnel que gracias a su especial acústica se escuchaba el singular taconeo de mi progenitora, y salimos a la calle García Guillén, después renombrada Ignacio Allende y caminamos media cuadra hasta alcanzar la avenida Diego de Mazariegos, lo que nos permitió ubicarnos en el parque central, con haber caminado solamente dos cuadras, y procedimos a atravesarlo diagonalmente y en la esquina de San Nicolás, cruzamos la banqueta, y a menos de media cuadra sobre la calle Real de Guadalupe, mi madre tocó suavemente la puerta de madera ensamblada del famoso estudio fotográfico Crócker. ---Adelante, está abierto. Los estaba esperando aunque sé, Atalita, que tù siempre has sido muy puntual. El estudio tenía en el centro un aparato cubierto con una capucha negra, montado sobre un tripié, y enfrente había una banca pequeña cubierta por un sarape de colores muy vivos, en donde mi mami me sentó. ---A ver, Jorgito, así te llamas, ¿verdad ? –la voz del fotógrafo me sonó melosa, como con falta de algo, tal vez sinceridad y me inquietó— Queremos que sonrías. ---No tan forzadas tus mejillas, Jorgito –la dulzura de mi mami me calmó y suavicé mi gesto—. No tan adusto. —¿Qué es adusto ? – quise saber. ---Sólo quiero que sonrías –dijo el fotógrafo y volví a cambiar en mueca. Y así estuvimos entre que fruncía mi gesto con la rasposa voz del fotógrafo o me endulzaba al escuchar a mi madre. El resultado fue la foto que retocó al óleo. Creo que imitó alguna de las sonrisas de los retratos de Leonardo da Vinci. |
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