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Vida del arte (Corpus Barga, Baroja, Valle-Inclán, Ramón Gaya, Hurtado de Mendoza)
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 Article publié le 3 juillet 2022.

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Los artículos que escribió Corpus Barga sobre Baroja y Valle-Inclán son extraordinarios, y me hicieron pensar en libros de ambos autores que tengo por leer y deseaba leer. Pienso que puedo leer estos libros y luego volver a leer lo que sobre sus autores y éstos dice Corpus Barga. Me parece un excelente plan. Los libros se han de bastar a sí mismos, me han de llegar a mí como alcancen a llegarme, y, además, la visión y los comentarios de Corpus Barga son muy particulares, eso ya lo sé, pero precisamente por esta singularidad tienen valor e interés, pueden, sí, interesarme y ser un buen complemento posterior a su lectura. Así lo pienso. Los artículos que Corpus Barga dedica a Baroja y Valle-Inclán son -en ambos casos- varios, complejos, matizados. Habla en uno de ellos de lo que sobra y falta en dos novelas recientes de Baroja, y una de ellas es la que hacía tiempo había comprado y pensado en leer, y por esto me llevé alguna vez -consta en algo que escribí-, pero no emprendí su lectura. Es Los amores tardíos, una novela por la que ya desde su título sentí simpatía. No recuerdo con precisión lo que dice Corpus Barga, y me agradará leerlo. Pero quizá lo que él piensa que falta en la novela -y quizá falta- es también, en parte, lo que me ha llevado a leerla. Habla en otro artículo más al final de su libro Crónicas literarias de “la timidez de la literatura española”, y creo que se refiere también en él a esta novela, vuelve a recordar en él lo que de ella dijo. Yo quiero leerla y la leo, los días finales de la semana en Barcelona, viernes y sábado, tras diversos trajines y reservándome esta lectura como una invitación a vivir. Diga lo que diga y piense de ella, será un placer leerla, y me hará recordar qué es una novela de Baroja. Sentirla otra vez. Leo así su prólogo, y me agrada. Me parece que en esta sucesión de vida que puede sentirse una suma de novelas cabe enmarcar lo que son, lo que pueden ser para mí y sus lectores las novelas que escribió Baroja. Dice así el prólogo :

-¡Qué se le va a hacer ! -dice Joe- ; a mí el libro que me gusta es el que no tiene ni principio ni fin.

Ni alfa ni omega.

Me agrada la novela permeable y porosa, como la llama un amigo nuestro ; la melodía que sigue y no concluye.

Se acostumbra uno a ese paso de andadura, quizá pesado y monótono, que permite soñar y hasta dormir, y se quiere seguir así, más de prisa o más despacio, mirando a un lado y a otro del camino, sin deseo fijo de llegar a ninguna parte.

¡Qué se le va a hacer ! ; a mí el libro que me gusta es el que no tiene ni principio ni fin.

Ni alfa ni omega.

Ni tesis, ni conclusiones, ni estéticas, ni moralejas, ni la gran moral, ni la pequeña moral ; esa negación es nuestra pequeña afirmación. Se marcha, se divierte uno, se aburre uno y… adelante.

-Sí -dice el señor del público, el editor o el librero-, sí ; pero hay exigencias literarias, positivas, prácticas, encuadernatoriales. Hay que cerrar un poco la barraca, hay que impermeabilizar un tanto el toldo, hay que hacer que la melodía tenga el ritmo marcado de una polca, mazurca o de un chotis de cocineras, para que después se note el ritmo lento.

Sí, yo comprendo estas objeciones ; me parecen justas, equitativas y razonables ; pero…

¡Qué se le va a hacer ! ; a mí el libro que me gusta es el que no tiene ni principio ni fin.

Como digo, este prólogo me gusta. También la novela. Que pasa en los Países Bajos, una tierra que conozco, que he paseado en compañía de mi poesía. Me gusta el prólogo por lo que puede dar idea pueden ser en la memoria y el sentir las novelas de Baroja -pues hace, puede hacer casi de imagen de éstas-, y también me gusta la novela. De la que no me pregunto qué falta ni sobra. Estas cuestiones y juicios tienen interés, por supuesto, pero más importante es el disfrute. Que se da o no se da. Y se da, por tanto, de una pieza, sin comentario ni objeciones.

En sus artículos dedicados a Valle-Inclán, Corpus Barga se refiere, entre otras muchas cosas, a Flor de santidad, que tenía a la vista, por leer o releer. Creo que Corpus Barga señala la novedad, el deslumbramiento que causó, y también (sabré si es así cuando vuelva a leer los artículos que le dedica) que Ortega presumía del acierto que tuvo al señalarle que lo publicara en estampas, en capítulos breves. Así está el libro, y está bien -responde bien al ser así. Es cierto. Cierto también que estoy seguro de disfrutarlo igualmente sin necesidad de comentarios o referencias. Que, por otra parte, pueden tener mucho interés y hacerte recordar estos libros, y leerlos. Lo leo en la edición de Austral, que está a la vista. Lo encontraría en las Obras completas de Valle-Inclán, pero lo tengo a la vista en esta edición popular y de bolsillo y en la que tantos libros suyos he leído. Muchos -de mi padre- están en el campo. Algunos los he ido leyendo allí, algunos me los he bajado a Barcelona y leído en la ciudad -así hice con otro libro entre los primeros, Jardín umbrío, y está aquí. Y me agradó muchísimo. Como sé me ha de agradar éste. Y así es. Hace buenas las calificaciones insólitas y acertadas que Ramón Gómez de la Serna predica de la palabra de Valle-Inclán y son tan célebres –“su palabra tiene olor, color, sabor y almendra ideal, zurriago y caricia”, leemos en la solapa a él dedicada y que Ramón escribió-, y también a este “romance en sabio campesino”, como lo nombra el soneto de Antonio Machado con que éste se abre : “Es un poema en prosa, con el verbo que canta y cuenta como una fuente que hablase. Peregrinos, pastores, ciegos, rapaces, romeros, caminos y ferias de la Galicia candorosa y rural, supersticiosa y milagrera, son el coro trágico de la cativa Adega. Estas páginas, de increíble tañido y pasmosa belleza, con ráfagas de las Florecillas franciscanas y ramalazos sensuales y violentos, constituyen una de las cimas del buen decir de Valle-Inclán”. Las palabras de Ramón no pueden ser otras, ni ser más buenas. Pero leer este libro entre los primeros de Valle-Inclán te hace otra vez sentir, también de manera directa y sin necesidad de situarse de ningún modo, como quien se acerca y bebe del agua de una fuente, de esta maravilla, del milagro que fue y es su palabra.

Flor de santidad es un libro breve, y lo acompaña otro en la edición, titulado La media noche. Me fijé después en su subtítulo, y me llama la atención : “Visión estelar de un momento de guerra”. Me llama la atención, sí, también por algunas cosas que refiere Corpus Barga en los artículos que dedica a Valle-Inclán. Que son -como los que dedica a Baroja- espléndidos. Al hablar de una estancia de Valle-Inclán en Francia, relata algo curioso, y es cómo convivió con los pilotos que combatían y sobrevoló de noche, en avión, el campo de batalla francés en la Primera Guerra Mundial. Algo insólito, casi inexplicable y que sólo podía pasarle a Valle-Inclán, como nos viene a decir Corpus Barga. Creo que Valle-Inclán no hace comentarios sobre su insólito vuelo nocturno. Creo también que hay un comentario despectivo sobre la visita al frente que se relata en Guerra y paz, ya no sé si de Corpus Barga o del propio Valle-Inclán, por no acercarse a la realidad, resultar una visita artificiosa y falsa. No como fue la insólita de Valle. En el pueblo de al lado de éste en el que estoy y escribo, Antonio Machado decía junto a la chimenea de una masía y tomando un café ofrecido con gentileza en su noche última en España y Cataluña que no tenían que contar las cosas curiosas, las anécdotas que siempre se cuentan de Valle-Inclán sino hablar en serio de su obra, porque es importantísima, y hacerlo en profundidad, cosa que no se ha hecho. Nos traslada las palabras de Machado Corpus Barga. Ya se dice en el prólogo que no fue fiel a ellas, pues contó anécdotas singulares de Valle-Inclán. Y es que quizá era inevitable. El mismo Antonio Machado, tras contar este propósito de no hacerlo -de no deber hacerlo-, decía : Pero es que le pasaban unas cosas. Como este vuelo nocturno sobre el campo de batalla francés. Quizá no podía ser de otra manera. Que Corpus Barga nos lo cuente. Lo recuerdo, como vemos, con imprecisión. Pero no me importa. Porque he de leer este singular texto. Sin más -y sin menos. Pensaba leerlo el domingo en Barcelona, pero no puedo, y pienso que ya lo leeré el lunes cunado llegue por la tarde o noche al campo, a casa de mi madre. Me llevo también otros libros para los días en que esté allí, y entre ellos la Poesía completa de Diego Hurtado de Mendoza. Me lo llevo por Ramón Gaya. Me fijé el otro día, al leerlo, que al nombrar a los grandes de la literatura española lo incluía, y recordé que tenía comprada su Poesía completa hacía tiempo y que esperaba una ocasión para leerla. La mención de Ramón Gaya la sentí como una invitación a que esta ocasión fuera ahora ; a leerla. Que éste era un buen momento. Y me la llevo para leerla estos días de junio en el campo.

Llego al campo, y me llega de él el aire fresco de la noche desde el balcón. Voy a leer La media noche de Valle-Inclán, ésta es mi intención, pero leo su nota inicial, que llama “Breve noticia”, y siento el cansancio y por ello seguramente el acierto de leerlo más fresco y completo mañana. Esta “Breve noticia” es extraordinaria. Nos dice qué es esta visión que él quiere dar, cómo siente quizá no la ha logrado -que esto es así con estas palabras nos lo dice : “Estas páginas que ahora salen a la luz no son más que un balbuceo del ideal soñado”. Pienso entonces que quizá a última hora no he traído el libro de Crónicas literarias de Corpus Barga, como deseaba hacer, para leer sus comentarios y juicios sobre Baroja y Valle-Inclán tras leer los libros de éstos. Miro los libros y veo que, en efecto, no está. Lo siento. Porque pensaba hacer de esta manera. Ya leeré lo que dice Corpus Barga cuando vuelva a Barcelona. Porque este libro de Valle-Inclán, como la novela de Baroja, ha de defenderse por sí mismo y bastarse él solo. La “Breve noticia” con que se abre nos dice ya su carácter extraordinario.

Tengo la Poesía completa de Diego Hurtado de Mendoza, que he traído y ha venido aquí de la mano de Ramón Gaya. Pienso que puedo leer algunos poemas. También la Cronología. El prólogo no es largo (“Dios te libre, lector, de prólogos largos”, recordaba de Quevedo Borges, y el escritor argentino omitía otra cosa de la que Quevedo decía Dios nos librara, pues es según su pensar “de prólogos largos y de malos epítetos”), y lo leeré, pero mañana. Así que leo la Cronología, y me da idea y testimonio de los avatares, pasiones, empresas, dificultades, brillos y peligros de una vida. Una vida quizá demasiado deslumbrante, y razón puede haber en ello para las dificultades y amarguras que le tocó padecer al final. Italia -Roma, Venecia, Florencia, Siena. El amor por los libros. Granada, que historia y en la que nació -en la Alhambra, en 1503 o 1504. Leo los avatares y pasiones y empresas de una vida y leo también algunos de sus poemas, de los poemas de Diego Hurtado de Mendoza. Que me llegan, sí, de la mano de Ramón Gaya.

 

El martes día 21 de junio por la mañana me llega un mensaje de correo electrónico al móvil de Rafael Fuster Bernal y con este asunto : “Revue d’Art et de Littérature. Ramón Gaya”. Es una alegría y una sorpresa. Veré, al leerlo, que Rafael Fuster Bernal es el Director artístico del Museo Ramón Gaya. Y por el afecto, la generosidad del mensaje, el aprecio que muestra por lo que sobre Ramón Gaya he escrito, su acogida hacia mí, sus puertas abiertas, quiero transcribir tal cual es este correo, para no matizar o variar al explicar sus palabras. Esto me escribe Rafael Fuster Bernal desde Murcia :

Estimado Santiago :

Hemos recibido y leído con alegría los textos que manda al Museo Ramón Gaya en Revue d’Art et de Littérature.

Muchas gracias por compartirlos con nosotros. Con su permiso lo compartiremos también en los canales del Museo.

Es también una alegría ver cómo se complace regalando la Obra Completa del pintor, invitando al prójimo su lectura. Es un acto de generosidad.

Hace poco tuvimos una exposición dedicada a la Venecia de Ramón Gaya donde recordamos el papel fundamental de Corpus Barga, pues fue el primero que habló al pintor de tan magnífica ciudad.

Nos tiene a su disposición en el Museo Ramón Gaya.

Un afectuoso saludo,

Rafael Fuster

Ante la alegría que siento al recibir este mensaje, pienso que he de dar he de dar razón de ella y por esto responder al momento. Y esto escribo, me sale escribir de modo precario desde el móvil y sin necesidad de pensarlo mucho :

Querido amigo Rafael Fuster Bernal :

He recibido con alegría su correo, y se lo agradezco mucho. Me alegra que hayan apreciado mis textos, y será para mí un honor que los compartan desde el Museo Ramón Gaya.

Mi vinculación artística y afectiva con él -lo uno por lo otro- viene de lejos y está muy vinculada a Italia, a Venecia y Roma, y también, por supuesto, a muchas otras cosas. En la exposición que había en la Pedrera pasaban la filmación con imágenes de Venecia en la que Ramón Gaya leía sus anotaciones allí escritas, y la vi muchas veces. Al poco fui a Venecia. Recuerdo esta exposición y filmación de Gaya en un poema de mi libro La poesía es un fondo de agua marina, el primero de los diez libros que publiqué en la colección de poesía El Bardo. Es un poema que es un testimonio de la impresión que causa Venecia, y la vivencia que es, y en el que se recuerda y está presente Ramón Gaya.

Ramón Gaya está también presente, como es natural, en los dos libros que escribí en Roma, Poesía en Roma y Vuelta a Roma, que son una vivencia de Roma y tienen presente en ocasiones, pues va saliendo al paso, el testimonio precioso que Ramón Gaya nos dejó de Roma y de Italia. La semana que viene les enviaré estos dos libros escritos en Roma. Espero que los aprecien. No sé si encontraré un ejemplar de La poesía es un fondo de agua marina.

Me alegra mucho que estemos en contacto. Tengo además vinculación familiar con Murcia, pues mi bisabuelo Andrés Monche Ríos era de Mazarrón. Vino a Barcelona para hacer una ampliación del puerto como ingeniero, se casó aquí con una catalana, mi bisabuela, y se quedó aquí. Trabajó aquí (hizo el puerto de Tarragona, y Garraf), pero también en el sur. Es suyo el cable inglés, la conocida construcción art décó de Almería, que estuvo en peligro de demolición y fue defendida por poetas y artistas, como José Ángel Valente.

Un abrazo afectuoso,

No sabía si añadir este detalle familiar, no fuera que se tomara por una presunción o deseo de lucimiento, que no lo es, sino que hay entenderlo como una muestra de cercanía, de que me siento cerca de Murcia, no me es una tierra extraña sino que la llevo en la sangre. Esto es, por esto lo apunto, y pienso que puedo hacerlo porque así han de entenderlo. Escribo, como digo, en el móvil, y por tanto de modo precario. Digo que muchas cosas me unen a Ramón Gaya, pero destaco la vivencia de Italia -y Roma y Venecia en ella-, como ellos destacan y comentan la Venecia de Ramón Gaya a la que hace poco tiempo dedicaron una exposición, y cómo señalaron el papel fundamental de Corpus Barga en esta búsqueda e inclinación a ella por parte de Ramón Gaya. Es verdad que Ramón Gaya está presente en ese poema que recuerda mi primera vez e impresión en Venecia, y lo que les refiero. Es verdad que vi muchas veces esa filmación con imágenes de Venecia en la exposición que dedicaron a Gaya en la Pedrera -que está al lado de casa-, y en la que Gaya en su propia voz leía anotaciones que allí escribió. Una filmación preciosa, y que fue un estímulo. No fue Gaya quien me habló por primera vez de Venecia -como a él así hizo Corpus Barga-, sino que era una presencia antigua, arraigada en mí, también una costumbre de familia, y un deseo perseguido. Pero estas anotaciones -y también sus acuarelas de Venecia- y esta filmación fueron un estímulo y una compañía. Y estuvieron muy cerca de cuando fui por primera vez a Venecia. En ese poema recuerdo también el testimonio de otro amigo de Gaya, Juan Gil-Albert, ante su primera vez en Venecia -Cómo puede ser verdad tanta belleza-, y expreso el sentimiento de que me va a acompañar Venecia. Como acompañó a mi padre Roma. Hay otro poema en ese libro, La poesía es un fondo de agua marina, que recuerda cómo vivió exiliado cuando la guerra mi padre en Roma, la vivencia y el estímulo que fue para él y cómo le acompañó siempre. Es un poema que, como pasa a veces con algo que es verdad de una manera muy profunda, tiene algo de premonición, en el sentido de que se cumplirá con mayor desarrollo e intensidad después. Así sucede con Roma, y también con Venecia, en otras estancias posteriores que en ella estuve y lo que de ella escribí. Y lo que escribí de y en Roma mientras andaba por ella, la caminaba. Les digo a los amigos del Museo Ramón Gaya -así los siento ya-, a su Director artístico, Rafael Fuster Bernal, que Ramón Gaya me sale al paso en esos libros, en esos días y poemas en Roma. Es verdad. Y lo hace casi sin pensar y sin querer, como algo que es muy tuyo. Me sale al paso también mi padre y su vida allí y lo que Roma para él entonces y toda la vida fue, lo hace en Poesía en Roma y más aún, aún más especialmente en el segundo de estos libros, Vuelta a Roma. En la presentación de Poesía en Roma en Casa delle Letterature Ion de la Riva se refirió a cómo había vivido yo Roma a través de mi padre, era en mí una memoria. Es verdad. Una Roma que aún vive también en mi generación, por mis primos hermanos romanos, que pasaban con nosotros los largos veranos de la infancia en la masía de mis abuelos. Roma me llega a través de mi padre y la tengo siempre presente y viva. Es algo familiar e íntimo, particularmente íntimo. Y así me sale al paso. No necesitaba para la vivencia de Italia referencias otras. Pero me sale al paso también lo que escribió de Italia y Roma Ramón Gaya, también sin pensar, por haberlo hecho también mío, quizá, seguramente por sentirlo también profundamente verdadero. Así esos días aparecen en los poemas que escribo sus juicios y apreciaciones en su lucidez y acierto. Que a veces son máximos. Deslumbrantes. Puedo recordar, entre los que recuerdo y me acompañan desde que los leí, su distinción, al decirle María Zambrano que Roma se parecía a la vida y animarle por esta razón a ir a ella, de que Roma es el mundo más que la vida, su consideración de cómo y qué es la belleza para los italianos, con la comprensión de que para ellos decir que algo es bello -como lo hacen de manera insistente- es decir sencillamente que existe, que es algo existente, y por esto así lo dicen. Que Italia, en el fondo, o sobre todo es esto : un atrevimiento. Recuerdo recordarlo el día de la presentación de Poesía en Roma en Casa delle Letterature, y la expresión de agrado y de estar de acuerdo con ello de Ion de la Riva al así decirlo. Recuerdo también al hablar del carácter y comprensión distinta de lo que es la belleza entre España e Italia, algo que mencioné allí o en la Real Academia de España en Roma y he vuelto a encontrar al releerlo estos días pasados : “La basura en Roma es un esplendor y aquí la limpieza es una miseria”. Lo escribe en Madrid, al volver a España tras largos años en Italia y sentir que las cosas son otras y lo es también la belleza y su vivencia y su mismo ser y su manera de manifestarse. Sería un gusto volver a leer estas apreciaciones. También las de Venecia. Pero no puedo. No puedo releer estas notas e impresiones, no las tengo aquí. Pero quizá da igual. Tampoco puedo leer las impresiones, juicios y comentarios de Corpus Barga sobre Baroja y Valle-Inclán. Y quizá -pienso ahora- está bien así. Volví a sentir a Roma y a Venecia al leer las impresiones y apreciaciones sobre ellas de Ramón Gaya. Y me gustaría, sí, tenerlas cerca. Pero tengo la memoria. Volví a sentir la comprensión y percepción especiales que en él se dan y ellas muestran de Venecia. Recuerdo una íntima, sencilla y definitiva : “Nunca me consolaré de esta ciudad”. Me parece que dice más que muchas cosas que se dijeran. Otra, también en que dice que ha comprendido que Venecia es un ser. No una ciudad, sino un ser. Así es y está muy bien dicho, pero se ha tenido, para así decirlo, que saberlo sentir así. Y Ramón Gaya siente, sabe sentir a Venecia y Roma, y a Italia, y nos lo sabe decir. Por esto nos acompaña. Y ejemplifica la manera en que un autor puede acompañarnos, también en algo que sentíamos y teníamos cerca y conocíamos ya, por ejemplo por razones familiares e íntimas. Me sucede con Ramón Gaya, y puede sucedernos con otros artistas, que su visión no se superpone a la mía o no la confunde, sino que se suma a ella, en el sentido de que la acompaña y enriquece. Un poco como él dice de la poesía, en una reflexión que a veces he recordado, por agradarme muchísimo y creerla muy cierta : “La poesía no acabará de definirse nunca, pero eso no quiere decir que debamos dejar de definirla, sino por el contrario, cada día debemos poder dar de ella una nueva definición o añadir algo nuevo a nuestras definiciones anteriores”. Ramón Gaya hace cierta esta aseveración con los testimonios que da de su vivencia de Roma y de Venecia y de Italia. Son las definiciones -y son definiciones de poesía- que desde su sensibilidad y sentir de ellas da, y que se añaden a las nuestras. Pueden acompañar y añadirse a las nuestras, convivir con ellas, y no confundirlas. Así puede pasar con otros artistas, pero desde luego así pasa con Ramón Gaya. Artistas o escritores que te acompañan. No impiden que seas tú en tu modo único, ni lo matizan, en el sentido de que no lo varían. Pero te acompañan. Te alumbran y acompañan, tal tú eres en tu propia luz. La luz de tu sentir y tu visión. Pienso ahora que un amigo de Ramón Gaya, Eloy Sánchez Rosillo, también amigo mío -amigo a través de la poesía- y que en un poema recuerda a Ramón Gaya mientras lo relee y rinde tributo a su amistad, me escribió una carta preciosa -porque, aunque fuera un correo electrónico, era una carta, como lo fue también el martes la del Director artístico del Museo Ramón Gaya- tras leer mi libro Poesía en Roma, y me decía en ella lo que fue para él la vivencia de Italia. Mi libro se la trajo. Así puede pasar, pasa. Así debía traérsela también las anotaciones italianas de Ramón Gaya al releerlas.

Ramón Gaya llega y va a Venecia por Corpus Barga, o es éste fundamental para que así sea -y sé ahora que así lo han recalcado en el Museo que lleva su nombre en su ciudad-, y yo llego a la poesía de Diego Hurtado de Mendoza y la traigo conmigo para leerla estos días en el campo por Ramón Gaya. Corpus Barga refiere juicios, apreciaciones y recuerdos de Baroja y Valle-Inclán que me interesan y llaman la atención, y me hacen pensar en libros suyos. No puedo leer lo que dice de este suceso insólito de la incursión nocturna y aérea de Valle-Inclán en el campo de batalla francés. Quizá mejor. Leo sin este recuerdo o con este suceso en una nebulosa esta “Visión estelar de un momento de guerra” titulada La media noche. Es un libro extraño y misterioso. Singular. Y logrado en esa rareza y ese misterio. Pienso ahora en lo que dice de la muerte, cuán unida está a la vida, cómo ésta la necesita, y en realidad en ella se cumple. Libro extraño, misterioso, sí, pero también bello y profundo. Tiene una continuación o segunda parte, En la luz del día, con igual subtítulo, “Visión estelar de un momento de guerra”, y también la leo. Y leo después a Diego Hurtado de Mendoza. Me ha hecho pensar en él y decidirme a su lectura la mención que de él hace Ramón Gaya. ¿Nos vale, nos importa una mención de este tipo ? Sí, por supuesto. Quizá veamos, al leerlo, que en nosotros esta mención o elogio o ponderación positiva encuentra igualmente acomodo, de modo rotundo o completo, o no tanto. Pero nos vale. Es natural que una mención o indicación de alguien en cuya autoridad y criterio en arte fiamos nos valga y nos importe. Leo también el prólogo, para situarme. Un prólogo puede también valernos, valernos más o menos, o nada. Lleva este epígrafe de Juan Boscán : “Y si la cosa no succediere tan bien como el desea, piense, que en todas las artes los primeros hazen harto en empeçar, y los otros que despues vienen, quedan obligados a mejorarse”. Diego Hurtado de Mendoza escribe una “Epístola a Juan Boscán”, y me ha agradado al leerla. Este epígrafe antes del prólogo parece dar a entender que el valor e interés de Hurtado de Mendoza está en su carácter de pionero, de innovador, de ser de los primeros que cultivaron e introdujeron según qué metros o estilos al escribir. Y el prólogo, en efecto, lleva un poco a esta idea. Está bien, pero esto nos dice. Que no llega a lo que otros llegaron -Garcilaso-, aunque sea valioso y tenga este valor de introductor, de innovador -y esto es innegable. Y nos dice cómo grandes escritores lo apreciaron -Cervantes, Lope. Este carácter secundario o entre sombras que tiene su nombre -y del que con su mención entre los más grandes lo saca Ramón Gaya ante mi ánimo- puede provenir también, más quizá que de estas razones entre comparativas y profesorales que nos da el prólogo, por otros extremos que también menciona pero que pueden ser la más verdadera causa, como que no haya una poesía por él preparada, ni originales por él escritos. A estas dificultades y las ningunas ediciones se añade el brillo de una vida que debió ser la causa de pesares y envidias, y el final difícil de su vida esto también muestra. Leo sus poemas y me gustan, los aprecio. Disfruto con su lectura. Las epístolas, los sonetos, las cartas. Al final de sus poemas -de los poemas de los que es seguro él es el autor-, hay una canción con glosa -nos indica- de Don Diego. Ésta es la canción : “Va y viene mi pensamiento/ como el mar seguro y manso,/ ¿cuándo tendrá algún descanso/ tan continuo movimiento ?”. He seguido el pensamiento -y el sentimiento- de Don Diego en su movimiento al leer sus poemas, que son un mar. Al mar se acude de modo recurrente en sus poemas. El mar dominó Venecia, en la que él fue embajador y cuya historia en un poema nos cuenta. Don Diego Hurtado de Mendoza, que es también la memoria y uno de los nombres ilustres que muestran la unión y convivencia entre España e Italia, y la sensibilidad y concepción de la belleza y nuevas maneras de esta sensibilidad y su arte que de Italia nos llegan.

“Vivo en conversación con los difuntos” escribe Quevedo en el célebre soneto que dedica a los libros, y pienso que puedo recordarlo al leer un libro con poemas de un autor entre Italia y España que nació en la Alhambra de Granada en 1503 o 1504. Porque estos poemas me hablan mientras los leo, y están vivos. Dialogan conmigo. Dialogamos. Es el milagro del arte. Que en muchas cosas, y también en relación a cómo opera en el tiempo, se da de otra manera. A veces he recordado que Borges indica en una conferencia que al explicar la Filosofía los hindúes no lo hacen de un modo cronológico, como es común hacerlo en Occidente, sino agrupando a los de diversas épocas pero que están hermanados por sus concepciones y planteamientos, y he dicho que algo de este tenor debería hacerse también al intentar explicar el arte. Porque todo tiempo es tiempo del arte, en él libros escritos hace siglos están vivos, y hablamos nosotros con sus autores, y ellos nos hablan. Desde esa perspectiva que le daba haber sido científico, Ernesto Sabato en ocasiones hacía atinadas consideraciones sobre las diferencias entre estos mundos y mentalidades -el arte y la ciencia. En unas conversaciones nos señalaba que no había progreso en arte, y nos decía que el Ulysesde Joyce no es superior al de La Odisea. Comentaba que en la gran novela de Proust dos señoras en una conversación aseguraban que un compositor era mejor que otro porque venía después -era posterior. Daba los nombres de los compositores -que no recuerdo-, y decía que no estaba seguro respecto a ellos -cuál era superior-, pero sí de la brillante broma de Proust. Recuerdo estos detalles, estas ideas, estos comentarios. Que rodean el pensar y tener la convicción que el tiempo en arte se da y vive de otra manera. Todo tiempo es el del arte, y el arte de todo tiempo. También de ahí las prefiguraciones y las memorias, las avanzadillas y los recuerdos. Borges decía que todo gran escritor creaba a sus precursores, y empleaba como ejemplo el que el Bartleby, el escribiente de Melville prefigurara a Kakfa -fuera ya Kafka. Pero eso lo sabemos, lo supimos desde Kafka. El tiempo del arte es todo tiempo, y por esto en él conviven nombres de diversas épocas, y se entrecruzan y dan la mano, y te llevan unos a otros. Llego a la poesía de Diego Hurtado de Mendoza de la mano de Ramón Gaya, quien llegó a Venecia -en la que este poeta había sido embajador- de la mano de Corpus Barga, y por algunos comentarios de éste me decido a leer algún libro de Baroja y Valle-Inclán. Cabe quizá pensar, dar alguna vuelta y preguntarse por estas convivencias y derivaciones.

Ayer por la tarde estábamos junto a una higuera en un camino en el campo con mi madre, y me acordé de algo que de las higueras dice Corpus Barga y se lo referí. Le dije también que yo he dicho y las he sentido como una amistad, como una forma de amistad muy antigua. Mi madre sabe, y se lo recuerdo, cómo me han gustado las higueras desde niño, cómo me gustaban las de los campos de la casa de mis abuelos en los veranos de la infancia. Mi madre asiente. Pero parece que no sólo me gustan a mí. Corpus Barga cuenta en algún momento de sus memorias que el gusto de los españoles por las higueras es tanto, y su relación con ellas tan cercana, que en el campo de Andalucía o Extremadura era común el alquilar, alquilaban una higuera. No un campo o un huerto, sino una higuera. Y a ella iban, a estar junto a ella en el campo. Mi madre me dice que no lo sabía. Yo tampoco, lo supe al leerlo en las memorias de Corpus Barga y lo mencioné alguna vez en algo que escribí. Yo sentía a las higueras como una forma de amistad antigua, y esta referencia de Corpus Barga así lo refrendaba. Ayer por la tarde recuerdo a Corpus Barga por un motivo de la naturaleza, unido a la vida y a la naturaleza, y pienso que así se dan estas convivencias y afinidades, estos diálogos en arte. En la vida del arte otro es el tiempo y su transcurso, su manera de cumplirse y de darse. La vida del arte es alta vida, y de otra manera pueden en ella darse las cosas, pero éstas se dan, en ella, de una manera completamente natural, de una manera que te hacen sentir que son la vida -que así como el arte es y se da, es de verdad la vida. Al releer el otro día a Ramón Gaya me fijaba -y así lo destaqué- que hacía una distinción a la que le daba un carácter fundamental, y era la de que Mozart no era un músico sino la vida. Lo recordaba para indicar que condecía con el último texto del libro, de su Obra completa, y que fue el último que releí, titulado “Naturalidad del arte (y artificialidad de la crítica)”. Me alegra recordarlo, para apuntalar que en esta naturalidad -y hasta en esta naturaleza, y como naturaleza- se da la vida del arte, y como misteriosa naturaleza pero naturaleza al final y al cabo, es más, del todo, más que ninguna otra, se dan en ella sus convivencias y afinidades, sus diálogos, sus amistades, sus hermanamientos, sus compañías. 

 

Sant Jordi Desvalls, 24 de junio de 2022 

 

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