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"Intenciones", de Manuel Machado
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 Article publié le 18 décembre 2022.

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I

 

Leo en un artículo de Manuel Machado : “Y noto en primer término un cualidad harto rara en nuestros poetas de estos últimos días, y que para mí constituye la más segura garantía para que una obra me interese : la sinceridad.// Consecuencia de lo sincero de un escritor es la naturalidad de la obra en el fondo y aun en la forma. Esa difícil y encantadora naturalidad que da a las creaciones del arte la divina gracia de las plantas que crecen en el aire libre, bajo la luz inimitable”. Me olvido del poeta de quien lo dice, a partir del que lo dice, que no conozco, y me quedo con el aire libre, con la gracia que en él las plantas crecen. Bajo la luz inimitable. Está muy bien dicho y también sentido. Así los poemas. Así escribir. Entre plantas y al aire libre y bajo la luz del cielo también yo lo siento y digo.

 

II

 

La sincera, conmovedora carta de Manuel Machado a Juan Ramón Jiménez con motivo de El mal poema y en espera de su reacción a él. La impresión de la lectura de D’Annunzio. La estampa con que graba lo que es el público, y que así empieza : “El pueblo es una cosa respetable. El vulgo es una cosa detestable. El público es una cosa lamentable”. (Y así sigue, no me resisto a ponerlo ni que sea entre paréntesis : “Al público se le encierra, se le encajona, se le ordena, se le acarrea, se le señala la entrada y la salida, se le marca la hora. Y, sobre todo, se le cobra.// Un general tiene soldados, un artista tiene admiradores o críticos, un político tiene secuaces, una cocotte tiene amigos. Un empresario tiene público.// Con el público se cuenta siempre, porque todos, quien más quien menos, hemos sido público alguna vez.// Se trata de serlo las menos posibles. Para ello basta con enterarse bien de las cosas, pensar por nuestra cuenta, sustituir el sentido común por un sentido propio, penetrarse de la necesidad de ejercer nuestras actividades morales y mentales. Y en vez de contentarse con ver, cultivarse y trabajar”). Y así empieza la prosa siguiente, “Un sabio” : “Este hombre que sabe las cosas del campo me admira. Y, sin duda, yo le parezco a él un completo necio, pues de asunto tan importante estoy del todo en ayunas y apenas distingo una encina de un olivo”. Y así acaba : “A éste no le inquieta el ir aprendiendo cosas que al fin y al cabo no llegan a saberse bien. Además, hartas inquietudes le da el mirar al cielo cuando se levanta o se acuesta”. Dice y siente entre medio que todo lo que él podría enseñar y sabe es nada. A veces, con frecuencia mi madre me ha dicho que siente no saber más del campo cuando paseamos por él, al ser consciente de ignorar, de no saber el nombre de algún árbol. Conciencia de esta ignorancia leía también este verano en un poema de Guillén. Esta conciencia también la tengo yo. Esta conciencia de la ignorancia es una alta conciencia, pienso, es una bendición y es un don. Y la merece y pide la naturaleza, la tierra. Y creo, ahora que pienso, esta conciencia haber alguna vez dicho, como la recuerdo y vuelvo a sentir y decir ahora.

 

III

 

“Sea ésta la última vez que se hable de ellos, y que un olvido piadoso separe para siempre nuestros ojos de la España que se va” : éstas son las últimas palabras de la última de las intenciones que escribe Manuel Machado y cierran este libro que termino de leer en un jardín, La guerra literaria, y que dice tras retratar a tipos pintorescos y muy representativos del café-cantante -que se va, se iba cuando las escribía. Pero escribe en estas intenciones algún retrato precioso, alguna estampa que conmueve, como cuando parece que deje en el aire, y en este aire la sientes, a la España del Siglo de Oro, al rememorarla con ocasión de la demolición del palacio en cuyo portal fue asesinado Villamediana -y recuerdo que hace tiempo quiero releer su poesía, y la tengo en un grueso tomo a la vista. Así nos lo dice : “Adiós, pues, vieja casa evocadora, y contigo, adiós, poco a poco, a los recuerdos vivos del todo Madrid siglo de oro, que cruzó ante tus umbrales para las fiestas de toros y cañas de la Plaza Mayor, para los saraos y comedias de antiguo Palacio, para las verbenas del río, para el incendio de la casa de Uceda. Adiós, cortesanos, caballeros, soldados, clérigos, pícaros y señorones. Los que peleasteis en Flandes, los que volvisteis de América, los que escribisteis El lazarillo de Tormes, los que visteis por primera vez La dama duende, los que esperabais en angustia perpetua el oro de los galeones de Indias, que solía caer casi siempre en manos de los ingleses… Adiós… Adiós. La augusta sombra de Don Jerónimo de Barrionuevo, el gran periodista de la época, hecha a perder, hubiera dicho menos y más sabroso : “Día tal de Marzo de 1913. -Acabó de venir al suelo la casa de Oñate. Ojalá que pronto construyan otra en su lugar, y que conozca mejores tiempos. Hágalo Dios, que puede””. Encuentro también algo del arte que es revelador en “Antiguo y moderno” : “Decididamente, lo clásico tiene más dignidad que lo moderno. Es menos expresivo… y más completo. Parece obra de los dioses, en el sentido de que adopta una forma definitiva, bajo la cual está guardada la máquina con toda su relojería interesante y fea.// Actualmente -y de mucho a esta parte-, desde que nos atormenta cierto secreto, parece que tratamos de destripar las cosas -como los niños su juguete- para verles las entrañas. Y el arte es amargo y a veces vergonzoso, aunque sea más complejo, más matizado e inquietante.// A lo clásico puede o no encontrársele lo esotérico, lo trascendental, entender o no su alcance, pero se lo mira como un hecho fatal, innegable y perfecto. Es algo que satisface y no da lugar a preguntar ni a dudar”. Una entre su “Lección de cosas” de la que también habría mucho que decir : “Un gran escritor, numeroso, fuerte, brillante, recomendaba la acción a los intelectuales, y principalmente a los poetas españoles, en estas mismas columnas… Pero la acción, para un poeta, es escribir versos buenos ; para un intelectual, pensar sin prejuicios y decirlo sin miedo ; para un maestro, saber y enseñar. No hay que confundir la acción con la charlatanería y la marcha de Cádiz. A los pueblos los pierde la ignorancia, la poesía mala y la música ratonera. No hay que olvidar que son los ideales y el cabal conocimiento de la alta misión quienes engrandecen a las naciones. El arte quien las inspira. La ciencia quien inventa cañones y aeroplanos y gana las grandes batallas”. Habría mucho que decir y que sentir. Y que callar. Hay mucho que decir y que sentir y que callar -para en este silencio también decirlo y sentirlo- al leer un libro en un jardín. Algo digo del que he leído estos días en uno, en un jardín, y que es un libro misceláneo y curioso de conferencias y artículos e impresiones –“Intenciones”, se llaman o titula a las finales- de Manuel Machado, La guerra literaria, y la intención de leerlo me ha hecho tener también la de leer antes sus poemas. Siempre, los poemas.

 

Barcelona, 17 de noviembre de 2022

 

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