Tuve que explicar varias veces a la familia los detalles de la premiación y me dediqué a matar el tiempo para esperar hasta el otro día la llegada de Atalita y Chanita. Me sentía como chucho sin mecate, y que el tiempo no se movía. Eso me inquietaba más. Di vueltas en la cama tratando de conciliar el sueño y no lo logré. Mejor me fui al estudio y escribí algo en la computadora. A las seis me dirigí a la terminal que estaba ubicada en ese tiempo en la esquina de la avenida Héroes. En la ventanilla me informaron que el autobús procedemte de la ciudad de México si no tenía retraso, iba a arribar alrededor de las siete de la mañana. El reloj marcaba las seis cuarenta y cinco.
"No tengo que esperar mucho", pensé.
Estuve en la sala de espera y dieron las siete. Empecé a caminar hacia los andenes y mi corazón brincaba al ver llegar un camión y otro, y otro más. El flujo de camiones disminuyó y pregunté en la ventanilla y no tenían ningún reporte o dato. Caminando por los andenes vi una sección toda arrugada de un periódico de Campeche y era de espectáculos del día anterior. Me llamó la atención la foto de un grupo de personas y ¡oh susto ! Era de la premiación antes de la entrega del dinero.
Lo leí y en el pie de la foto aparecieron los nombres de Ramón Iván y el mio.
Esa experiencia me dio la seguridad de que Atalita y Chanita estaban viajando con bien y llegarían en algún momento. Mi corazón se pondría más contento. Todavía seguí cascareando en espera de que llegara el camión con mi esposa y mi hija. Cuando la esperada nave arribó en la terminal, una taquicardia alebrestó todo mi ser y me sobrepuse. Las ayudé a bajar las maletas y nos fuimos al coche que, nos llevó a casa. Les pregunté por el motivo de su retardo y nos contaron que en Villahermosa les dieron otro vehículo porque se habìa descompuesto, y ahí no quedó la cosa, porque antes de Xpujil, Atalita dijo a su mamá que se iba a sentar en la fila de enfrente para conciliar algo de sueño, se pasó atrás y una americana que estaba en el siguiente bloque de asientos se dirigió al baño. En ese ínterin, de abajo apareció entre ruidos, polvo y humo una llanta del autobús, que frenó intempedtivamente.
— -¡Fuego, fuego !---gritaron unos y otros, apenas se detuvo, salieron por las ventanillas.
— -¡Vamos afuera mami ! ---gritó Atalita.
— -No encuentro mis zapatos ---explicó Chanita.
— -¡Ya bajemos, luego ves tus zapatos ---dijo Atalita, y casi a rastras jaló a su madre para afuera del vehículo.
Descubrieron los choferes, que se había salido una llanta trasera que penetró por una parte hacia dentro.
— -No se preocupen, no hay lesionados, ni tampoco fuego ---explicó el chofer---. El humo lo hizo la llanta al frotarse con la estructura de vehículo ---explicó el otro conductor---. Les rogamos que caminen a la terminal. Si, es la que está en el restaurant. Ya pedimos otro autobús para que sigan su viaje a Chetumal. Les agradecemos su paciencia. Mientras vamos a traer sus equipajes.
Un señor dijo que no iba a seguir viajando con ellos porque se sentía culpable de los dos incidentes y se quedó en Xpujil.
— -Pues fue toda una odisea su viaje ---exclamé feliz de que hubieran llegado sanas y salvas a Chetumal.
En la casa hicimos una oración de agradecimiento a Dios, destacando lo del premio.
Siempre me quedó el resquemor en mi corazón de que por no haberles pagado el boleto de avión para regresar juntos, hubieran sucedidos esos dos percances.