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Article publié le 29 septembre 2024. oOo Aquella tarde llevé a Chanita en el coche Datsun, modelo 76, de dos puertas, con rines deportivos especiales, a las cinco, en avanzada de una junta en el Colegio de Bachilleres, en la avenida Insurgentes, con la idea de alcanzarla después de impartir mi clase de Derecho en el edificio de la Escuela Primaria Álvaro Obregón, lugar en donde impartíamos las clases del turno vespertino del Instituto Tecnológico Agropecuario número 16. Saldría pasando la media hora y así lo hice. Subí al coche y a buen paso me dirigí a la avenida, a la que me incorporé acelerando, y cuando iba encarrerado, sentí un jalón fuerte del lado de la llanta izquierda. Batallé para frenar y lo logré. Bajé creyendo encontrar la llanta toda deforme por la falta de aire y no la hallé. Me metí bajo del coche y no distinguí nada porque ya había obscurecido. —Por lo que se aprecia en el asfalto –el camionero que iba atrás de mí me explicó—la llanta quién sabe cómo se zafó de los birlos y se fue, tal vez esté adelante y el disco se asentó en el piso y no se enterró, sólo corrió derecho, gracias a Dios. Le agradecí su apoyo, pues las luces preventivas de su vehículo me servían para controlar el fluir del tráfico. —¡Si me quieres matar, paisano ---gritó Memo Novelo desde la puerta de su casa, frente a nosotros –hazlo sin llanta. —Allá te voy a ver, Memo. —Aquí la tengo. Ven para que te la entregue formalmente, matasiete en ciernes. ---¿Por qué tan molesto conmigo, amigo Memo. Me inquietaba su reacción contra mí, porque lo consideraba mi amigo de varios años. —Me preocupa tu reacción –dije. Memo soltó la carcajada al ver mi gesto compungido. —¿Te parece poco ? Casi me pasa encima la llanta de tu carro, que se detuvo estrepitosamente aquí en la puerta. —Perdóname, no tenía idea. —Bueno, ya estuvo bien, gracias a Dios sólo me tocó el susto. ---Lleva la rueda y yo llevaré mi gato, la lámpara y la llave de cruz.
Cruzamos con cuidado la calle y Memo se dedicó a observar. —¿De dónde venías ? —De dar clase en la Primaria Álvaro Obregón. --¿En la esquina del INJUVE ? —Ahí mero. —Ahí está el detalle. ¡Es en barrio Bravo !, calle poco concurrida y mal iluminada y tiempo. —¿Qué pasó ? —Saliste antes de tiempo y los rateros no tuvieron tiempo y te fuiste con dos o tres birlos que se aflojaron y se soltó como catapultada la dichosa llanta voladora, que por poco me mata. —Me parece brillante tu explicación—dije—¿Qué hacemos ?, se necesitan cinco birlos, —Yo tengo la solución—dijo el camionero. Utilicemos el cuento del loco : nos imaginamos que esto pasó frente a un manicomio en donde al dueño del vehículo se le cayeron los birlos de su llanta en una rejilla. El hombre se jaló de los cabellos desesperado, sin saber qué hacer. —Tenga calma buen hombre –oyó—quite un birlo de cada llanta y póngaselos a la quinta llanta—la voz provenía de la persona que le hablaba desde la ventana que arriba tenía el letrero de MANICOMIO. —Pero usted está loco. —Estoy aquí por loco, no por pendejo. Tras grandes carcajadas montamos los birlos y la llanta con la ayuda de los gatos y las llaves de cruz. Di las gracias todo el apoyo brindado y me dirigí al Cobach en busca de mi amor, a quien puse al tanto de mi aventura y agradecimos gracias a Dios porque todo salió bien. |
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