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Tehuantepec
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 Article publié le 8 décembre 2024.

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La escasa iluminación que producía la velita de cera, encajada en la boca de una botella de cristal, que algunos ayeres, no muchos, contuvo el líquido de un refresco del famoso sabor perón, de la embotelladora local Nectarín, según la etiqueta pegada en su cuerpo.

---¿Cuántas empanadas te sirvo, Jorge ? ---la pregunta me colocó en el local de Maricruz, una morena que continuó con la tradición de su abuelita como creadora de las mejores empanadas de carne molida de Coletolandia y puede que más lejos, cuyo changarro estaba en el otrora mercado de San Francisco, al lado del parque de Fray Bartolomé de Las Casas, albergaba el rústico negocio de nuestra amiga, cuyo mobiliario contaba con dos mesas pequeñas y cuatro sillas, que nos permitía estar cenando allá, como en esa noche, a la luz titilante de las velas, detalle que nos hacía sentir en casa, máxime que el calor producido por el fogón, nos aislaba del frío nocturno.

---Cuatro, por favor.

---¿Con su café negro y su pancito de San Ramón, con azúcar encima ?

---No me imagino saborear las crujientes empanadas, sin el sabor de la salsa de chile mira pa’arriba seco, quemándote el gañote, reforzada la sensación con el toque muy caliente del riquísimo café de olla de Yajalón, salsa también del invento de tu abuelita Manuela.

La franca carcajada de mi alegre interlocutora, me contagió.

---¡Ja jaja jaja, me río y me carcajío !--- forcé la rima.

Ciro se contagió.

---Lo dijiste tan bonito Jorge ---dijo --- que se me antojó que debo comer más. Yo, de una vez, me apunto con cuatro, y agrégale otras cuatro, pues también quiero probar con el combinado de lo caliente del café con la salsa, para finalizar con pan ; pero yo quiero una rosquilla blanca con ajonjolí.

El crepitar del aceite al entrar en contacto con la futura delicia, como que servía de efecto Pavlov y se acrecentaba el hambre.

En lo que la morena nos servía, Ciro inició su cuestionamiento.

---¿Ya decidiste si vas a Ir a Tehuantepec ?

---Sí, sí voy.

---¿Te das cuenta de que vas a estar lejos de tu familia ?

—Te recuerdo, Ciro, de que estoy viviendo en casa de mis abuelitos. Mi mamá y don Nef ya están en Quintana Roo.

—Pues el lunes a las 6:30 a.m. nos vemos en la terminal de la Colón.

—De acuerdo, allá nos vemos

En la hora y fecha prevista, Ciro, sus dos primos y yo abordamos el autobús que en escasas siete horas nos dejó literalmente en la calle, pues no había terminal, y ocupamos un taxi que nos llevó al cruce de la carretera a Salina Cruz, donde tomamos posesión de la recién terminada bodega de ANDSA Almacenes Nacionales de Depósito. Nuestra meta era pintar todos los edificios, casas, oficinas y bodega. Los chavos y yo, rodillos en ristre, nos haríamos cargo de las paredes y Ciro del rotulado.

—Pues ahora vamos a comer…

¿Dónde, Ciro ?—preguntó José, el primo mayor de Ciro, que parecía ser muy serio, aunque era bromista.

—Allá enfrente se ve en medio del edificio en construcción –señaló Ciro apuntando con el índice—si se fijan bien, hay una parte techada con una lona. Eso me da la sensación, la idea de que es una fonda ambulante. Y resultó cierto

Una señora de unos cuarenta y tantos años era la mera mera y su primera cuchara, sospeché por el gran parecido hasta en el timbre de la voz, que se trataba de su primogénita y no fallé en mi apreciación. Y recordé un detalle chusco de Papito, quien decía que “las juchas (mujeres del istmo de Tehuantepec) tienen cuerpo y color de violón : morenas de color obscuro, cargadas de carne, de la cintura pa’abajo”, y reí para mis adentros, al constatar la exactitud del dicho de mi abuelo.

La comida, nada del otro mundo, pero suficiente para llenar la buchaca.

Y se establecieron las rutinas : entre ocho y nueve de la mañana, arreglarse para ir al desayuno, en mi caso, unos huevos rancheros, sobre su tortilla, con su salsa de tomate frita, al estilo de Chanita, frijoles de la olla y café negro, para completar.

—Para bajar el desayuno –dijo Ciro—empezaremos a pintar la fachada del lado poniente, aprovechando la sombra y así continuarán con las demás paredes exteriores.

Sentí muy pesada la primera jornada quizás porque, dí era la primera.

Cómo al cuarto para una Ciro se apareció.

—Jorge, te tengo una chamba especial –noté cierta picardía en su mirada, aunque no la asocié con nada—. A la una vas a ir a Tehuantepec a comprar una botella de un litro de mezcal. Tú vas a ser encargado de refaccionarnos. Así que cuando veas que queda poco licor, me pides el dinero y te vas a buscar el pomo de mezcal. Cuando regreses nos buscas directamente en la fonda. ¡Ah ! Y de paso te compras una bolsa de plástico tejido.

Sin pensarlo de momento ya estaba enfilando mis pasos sobre las vías de ferrocarril rumbo a Tehuantepec, en un abrasador sol que el viento me refrescaba soplando hacia el río que en pocos minutos me obligó a pasar por encima, gracias al maravilloso puente metálico, el uso hacía resonar al contacto con los tacones de botas cordobesas de la línea que la zapatería Canadá de Guadalajara producía y vendía a muy buen precio.

Mis ojos comenzaron a caniquear, cuando divisé en las márgenes del río a varios ramilletes de pechos femeninos de todos tipos, colores y tamaños, oreándose con el mayor desparpajo que la libertad, el clima y la costumbre permiten. Curiosamente mi paso se ralentizó y mi quijada y lengua rebotaron del piso al caérseme la baba.

Recompuse mi situación y continué caminando hacia el pueblo donde pude comprar el licor que transporté con ella.

Ciro en cuanto me vio se acercó.

—Se nota que te fue bien—dijo en tono festivo.

Riendo le puse al tanto

Y como la botella no aguantó, tuve que repetir el castigo todos los días, mientras la obra avanzaba.

El sábado en la tarde notifiqué al jefe mi decisión : En la mañana del domingo viajaría a San Cristóbal de Las Casas, tras completar mi semana pintando paredes y regodeándome con las muestras de anatomía femenina.

 

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