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El cinife de Calpe
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 Article publié le 15 janvier 2017.

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El coche, ya apagado y sin vigor, pero caliente en su motor, nos dejó junto a un complejo de apartoteles. La Roca de Calpe se hacía la viva en un mar mortecino a estas horas. Una cantidad de gente en la terraza de bares y restaurantes se preparaban a tragar gran cantidad de bandejas de marisco. Algunos comensales se sentían de fiesta pues escupían trozos de cascarrias comoproyectiles que se disparan.
 Nuestro apartamento es pequeño, a pie de playa. Una pieza de cera de figura de vaso con su mecha, metido en un vaso de agua, que se emplea para luminarias, estaba en cada una de las mesillas al lado de nuestra cama de matrimonio. Nosotros alquilamos esta habitación por salirnos más económica.
 Nunca había dormido junto a mi amigo. Otras veces, en encuentros literarios y artísticos habíamos dormido uno encima del otro, en literas, claro, como en Minden, Alemania, en el palomar de una iglesia del siglo XII convertida en centro cultural. Yo pensaba, ahora, en qué habría de convertirse nuestra cama de matrimonio, si en polvera o en artilugio para salvas. Yo estaba por las salvas, sin duda alguna.
 El apartamento, de entrada, ya no me gustó, pues tenía poca longitud, y vi una cantidad de cínifes encima de un armario que me dejó atónito. Les odio a muerte. Para mí son como Antístenes y Diógenes,cuyo fondo moral es el desprecio de los bienes materiales, al igual que los cínifes quienes, impúdicos, procaces, sinvergüenzas, odian mi oído, a los que me imagino siempre, en su zumbido, como clavos de puertas del siglo XIII con alas.

- Es normal. Estamos en el mar, me dijo mi amigo. Además, mira : cogió del cuarto de baño una toalla blanca, se subió a una silla y con la toalla aplastó un montón de ellos, diciéndome desde lo alto :

- ¿Ves ?, están muertos o dormidos.
 El bajó de la silla y yo me subí en ella, colocando encima de ellos hojas de un periódico local y, encima de estos, nuestros maletines.

- Para que no escapen y nos puedan mortificar, exclamé.
 Bajamos a tomar un tentempié, y pasear a la orilla del mar. La Roca domaba las pasiones del mar, pero no la desazón de algunas parejas que se morreaban desastrosamente, pues parecía que saltaban chispas del fuego de sus cuerpos. Parecían embobados para ser corridos.
 La demora fue breve, pues volvimos a nuestro apartamento. Estábamos cansados de verdad. En calzoncillos nos metimos en la cama, sin ir al cuarto de baño pues ya lo habíamos hecho en el último bar donde tomamos un par de cubalibres. Debimos de quedarnos dormidos al instante. Yo, con el deseo de que no despertaran los cínifes.
 El tiempo que pasáramos dormidos no lo sé, pero yo, como sacudiéndome los cínifes, a duerme vela, intentaba librarme de algo molesto en mi oído izquierdo. Quería quitarme el cínife de encima, que me mortificaba y, a la vez, me desazonaba. Más, ¡oh sorpresa¡, mi amigo que estaba en babia, y no despertaba, aflojaba y soltaba su pene contra mi oreja, intentándome picar con el mal de su sueño, al que llamaba "mi golosina palpable", y hablaba diciendo : "pone la reina de las abejas la cresa en los alvéolos".
 Antes de que se corriera, le di un hostión de primera, que le hizo despertar, diciendo :

- ¿Qué ha pasado ? Estaba soñando con meter en la trompa de un elefante de Tarzán de la Selva un cacahuete grande, que llevaba dentro otros pequeños que, al ser metido el primero, salen bailando y entrando en la trompa al mismo tiempo que él.

- Ni mucho menos, majete. Estabas golpeando mi oído con tu trompa, intentando meter tu pene en la trompa de Eustaquio ; la misma trompa que se finge y hace resonar el poeta épico al componer y recitar sus versos, ¡capullo¡ cuando canta : "Castígame mi madre, y yo trómpogelas".
 Hice un silencio, tirándole de la oreja, y seguí :

- No. nada, la última vez que duermo junto contigo. Eres un peligro. Cuida de tu cacahuete glande y hueco que zumba al bailar ; o pájaro cantor, papamoscas, que ha cambiado las lechosas plumas, que dan aire a las fraguas de los martinetes, como puedes ver, y mosqueado a los cínifes a trompa y talega, sin reflexión, orden ni concierto, que, por eso, no han bajado a la almohada a clavar su aparato chupador, dilatable y contráctil.

 

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