Así una noche tras otra, Gil Domingo, a quien llamaban “Gildo”, buena la cabeza y alegre, se asomaba a la ventana, descorriendo la cortina, comiendo un bocadillo de queso, y dejando un vaso de vino sobre el alfeizar, siempre pensando en su amor correspondido de una doncella principal desposada, a la que iba a ver de noche hecho un fantasma vestido con traje y cuello de plumas.
Entre bocado y bocado, él preguntaba ala gente que por delante pasaba qué tal noche hacía, respondiéndole la mayoría :
- Gildo, hace oscuro y huele a queso.